Martirologio Romano: En el camino entre las aldeas de Godella y Bétera, en Valencia, España, beato Ramón Martí Soriano, presbítero y mártir, que, en el furor de la misma persecución contra la fe, derramó su sangre por Cristo.
Nació en Burjassot, Valencia, en el seno de una familia muy modesta y cristiana. A los doce años quería ser salesiano, pero le aconsejaron que fuera sacerdote secular para poder así ayudar a sus familiares. Primero fue alumno externo del seminario de Valencia, y luego fámulo del rector y oficial de la secretaría de estudios. Vivía con amor su pobreza y decía que no sería sacerdote para ganar dinero.
Ordenado sacerdote en 1926, fue destinado como coadjutor a Vallada, donde hizo una gran labor apostólica, cuidando de manera particular la catequesis de niños y adolescentes y la liturgia. Atendió en cierta ocasión personalmente a un enfermo de lepra con el mayor sigilo. Era también un magnífico director de almas, y hacía de auténtico enfermero con el anciano párroco, de carácter difícil y de salud mental endeble, del que fue regente a causa de su situación. Vivía con alegría la pobreza y no se avergonzaba de sus humildes orígenes. Su predilección fueron los pobres y los obreros, para los que organizó unos talleres y fundó un sindicato para defender a las mujeres trabajadoras.
Tras las elecciones de 1936 se le expulsó del pueblo, no sin que antes él hubiera advertido en el pulpito de los peligros que corría la religión, y animado a los fieles a perseverar hasta el martirio. Estas palabras fueron calificadas de «políticas». Su expulsión fue muy sentida en el pueblo. Estallada la revolución del 18 de julio, él estaba en su pueblo natal con sus familiares, en la casa de una hermana casada, y siguió atendiendo a las hermanas trinitarias, de las que era capellán, pero las hermanas hubieron de dejar el convento y dispersarse. Pasaba los días en retiro y oración, vistiendo su sotana y serenando a sus familiares, y mostrándose dispuesto a ser fiel a su sacerdocio hasta el final. El 27 de agosto vinieron a buscarlo cuatro milicianos. El los recibió asegurándoles que no renegaría de Dios ni de su religión, y que podían matarlo si ser sacerdote era delito. Se despidió de su familia y fue llevado al Comité. Se le propuso renegar de Jesucristo y así salvarse. Él se negó. Aquella noche insistieron en que renegara. Él dijo que no. Fue llevado a la carretera de Godella a Bétera y allí fue fusilado. Fue beatificado el 11 de marzo de 2001 por el papa Juan Pablo II en la ceremonia conjunta de los 233 mártires de la persecución religiosa en Valencia de los años 1936-1939.
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