16 de agosto de 2015

Beato JUAN BAUTISTA MENESTREL. (1748-1794).


Martirologio Romano: En un viejo navío anclado en el mar frente a Rochefort, en Francia, beato Juan Bautista Ménestrel, presbítero y mártir, que, durante la Revolución Francesa, condenado a galeras por ser sacerdote, cubierto de llagas llenas de gusanos consumó su martirio.

Nació en Serécourt, Los Vosgos (Francia). Se desconoce dónde hizo los estudios y cuándo se ordenó sacerdote, pero se sabe que el 13 de mayo de 1776 era vicario de la parroquia de Hagécourt-Valleroy, Los Vosgos. Luego fue canónigo de la colegiata de Remiremont, en la diócesis de Saint Didier. Su nombre falta entre los sacerdotes juramentados que se registraron como tales en Remiremont en enero y febrero de 1791. El consejo municipal lo expulsa de Remiremont el siguiente 4 de junio diciendo que lo hace tanto por la seguridad personal del canónigo como por la tranquilidad pública. El 29 de abril de ese mismo año fue condenado a ser transportado a la casa de arrestos de Epinal. Cuando van a arrestarlo encuentran que lleva enfermo varias semanas a causa de una fiebre biliosa. El canónigo alegó su estado de salud pero no le sirvió, y así tuvo que ir a la cárcel. 
 Llegó el 23 de mayo a la prisión de Epinal, donde estuvo hasta que partió para Rochefort el 18 de abril de 1794. Pese a su enfermedad no se le dispensó de la deportación. Llegado a Rochefort fue embarcado en el “Washington”. Su cuerpo se llenó de llagas y los gusanos lo devoraban estando aún vivo, y cuando los demás sacerdotes querían curarle las llagas y quitarle los gusanos él decía que los dejaran, que el quitarlos sólo contribuía a prolongar su martirio. Sus compañeros decían que su paciencia era perfecta y su resignación celestial. Por fin pasó al Padre el 16 de agosto de 1794 y fue enterrado en la isla de Aix. Con él se cierra esta gloriosa lista de mártires que esperaron en las playas de Rochefort en espera de su embarque para las Guayanas pero que fueron dejados morir en los inmundos barcos. Fue beatificado el 1 de octubre de 1995 por el papa Juan Pablo II.

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