
Durante el viaje por mar, una tempestad hizo temer el naufragio, Sara quiso salvar a cualquier costa al menos el alma de sus dos hijos: se hizo una ligera herida en el pecho, y con su propia sangre signó con una cruz sobre la frente de sus pequeños; después los sumergió tres veces en el agua del mar invocando a las tres personas de la Santísima Trinidad.
La tempestad se aplacó y Sara llegó a Alejandría, corrió hacía el obispo san Pedro que estaba bautizando a los catecúmenos en la catedral para bautizar a sus hijos, porque no le había parecido suficiente lo ella había realizado. Pero bautizar también a sus hijos resultaba imposible: cada vez que se acercaban, el agua del baptisterio se convertía en hielo. El obispo la interrogó, ella el contó el rito que había realizado en el mar y el prelado le dijo que aquel bautismo era válido, por lo que no debía ser repetido.
De regreso a su patria, Antioquía, Sara le contó a su marido lo que había sucedido, esperando su conversión. El marido se lo contó al emperador, el cual, encolerizado, condenó a muerte a la madre y a los hijos a que fueran quemados vivos. La “Vita” de esta santa mártir, nos muestra como el Bautismo es administrado válidamente.
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