Un antiguo documento litúrgico (el “Sinaxario Alejandrino”) narra, que Sara, mujer de un alto oficial del emperador Diocleciano, marchó a Alejandría de Egipto para huir de la prohibición imperial que prohibía bautizar a los niños. El marido de Sara, llamado Sócrates, por miedo, había renegado de la fe cristiana, pero su mujer la había conservado tenazmente.
Durante el viaje por mar, una tempestad hizo temer el naufragio, Sara quiso salvar a cualquier costa al menos el alma de sus dos hijos: se hizo una ligera herida en el pecho, y con su propia sangre signó con una cruz sobre la frente de sus pequeños; después los sumergió tres veces en el agua del mar invocando a las tres personas de la Santísima Trinidad.
La tempestad se aplacó y Sara llegó a Alejandría, corrió hacía el obispo san Pedro que estaba bautizando a los catecúmenos en la catedral para bautizar a sus hijos, porque no le había parecido suficiente lo ella había realizado. Pero bautizar también a sus hijos resultaba imposible: cada vez que se acercaban, el agua del baptisterio se convertía en hielo. El obispo la interrogó, ella el contó el rito que había realizado en el mar y el prelado le dijo que aquel bautismo era válido, por lo que no debía ser repetido.
De regreso a su patria, Antioquía, Sara le contó a su marido lo que había sucedido, esperando su conversión. El marido se lo contó al emperador, el cual, encolerizado, condenó a muerte a la madre y a los hijos a que fueran quemados vivos. La “Vita” de esta santa mártir, nos muestra como el Bautismo es administrado válidamente.
Durante el viaje por mar, una tempestad hizo temer el naufragio, Sara quiso salvar a cualquier costa al menos el alma de sus dos hijos: se hizo una ligera herida en el pecho, y con su propia sangre signó con una cruz sobre la frente de sus pequeños; después los sumergió tres veces en el agua del mar invocando a las tres personas de la Santísima Trinidad.
La tempestad se aplacó y Sara llegó a Alejandría, corrió hacía el obispo san Pedro que estaba bautizando a los catecúmenos en la catedral para bautizar a sus hijos, porque no le había parecido suficiente lo ella había realizado. Pero bautizar también a sus hijos resultaba imposible: cada vez que se acercaban, el agua del baptisterio se convertía en hielo. El obispo la interrogó, ella el contó el rito que había realizado en el mar y el prelado le dijo que aquel bautismo era válido, por lo que no debía ser repetido.
De regreso a su patria, Antioquía, Sara le contó a su marido lo que había sucedido, esperando su conversión. El marido se lo contó al emperador, el cual, encolerizado, condenó a muerte a la madre y a los hijos a que fueran quemados vivos. La “Vita” de esta santa mártir, nos muestra como el Bautismo es administrado válidamente.
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