Martirologio Romano: En Cartago, ciudad de África, san Celerino, lector y mártir, que confesó denodadamente a Cristo en la cárcel, entre azotes, cadenas y otros suplicios, siguiendo las huellas de su abuela Celerina, anteriormente coronada por el martirio, y de sus tíos Laurentino, paterno, e Ignacio, materno, los cuales, habiendo servido en campamentos militares, llegaron a ser soldados de Dios, obteniendo del Señor palmas y coronas con su gloriosa pasión.
Ruinas de Cartago |
Perteneció a una familia de mártires; santa Celerina, que era su abuela; san Laurentino, su tío paterno y san Ignacio, tío materno, que en un tiempo estuvieron enrolados en el ejército. En el comienzo de la persecución de Decio y siendo aún muy joven, Celerino fue detenido como soldado de Cristo. Le llevaron al tribunal donde el mismo Decio debía de juzgarlo, por lo que se esperaba una sentencia muy severa. Sin embargo, el emperador, conmovido tal vez por la juventud, el valor y la audaz franqueza de Celerino, le concedió la libertad, después de diecinueve días de prisión y de torturas. El joven llevaba sobre su cuerpo las señales imborrables de sus tormentos.
Tuvo la pena de constatar la defección de su hermana Numeria. Para mitigar su dolor, lo compartió con uno de sus amigos, Luciano, que estaba prisionero en Cartago, escribiéndole una extensa carta con la funesta noticia. Esto aconteció poco después de Pascua. Hacia la mitad del otoño, cuando recibió la respuesta de su amigo, Celerino marchó a Cartago, donde Cipriano le ordenó lector de su iglesia, con otro confesor de la fe llamado Aurelio. Edificó a los fieles por su virtud. San Cipriano es el único que nos nombra su martirio.
Realmente no fue mártir, sino que sufrió martirio, es decir que confesó la fe sea bajo tortura o no. En Cartago se le dedicó una iglesia.
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