
El mismo día de la profesión, 23 de julio de 1936, la casa de Mohernando fue asaltada y ocupada por milicianos. El 2 de agosto, Heliodoro fue recluido junto con el director, el beato don Miguel Lasaga, y cinco jóvenes profesos más, en la cárcel de Guadalajara, donde se preparó a la muerte, y con todos ellos, fue fusilado la noche del 6 de diciembre de 1936.

Don Miguel y los seis jóvenes salesianos que le acompañaron en el martirio, ingresaron en la cárcel de Guadalajara, el día 2 de agosto de 1936. Durante los cuatro meses que permanecieron allí, él y los jóvenes salesianos, lograron hacer germinar una comunidad en pequeño dentro de la prisión, aún estando diseminados por galerías distintas.
El día 6 de diciembre de 1936 un bombardeo fue el pretexto utilizado para desencadenar la tragedia. El gobernador civil concedió explícitamente su anuencia y el ejército republicano colaboró directamente en la masacre. De este modo, la turba armada se desparramó por todas las dependencias de la cárcel e inmediatamente comenzaron los fusilamientos en masa que se prolongarían hasta altas horas de la noche.
Según la crónica de don Higinio Busons, un preso que logró escapar de los fusilamientos, don Miguel Lasaga se había sentado en una cama desde el momento en que se produjeron las primeras descargas. Cuando los demás presos de su grupo empezaron a dispersarse con precipitación, se levantó y los contuvo con un ademán y breves palabras: “Bueno, amigos, dijo, esperen ustedes un momento, que les voy a dar la absolución”. Seguidamente, don Miguel tornó a su postura de antes, acompañado ahora por un joven salesiano que estaba con él en la misma galería.
Los asesinatos continuaron hasta avanzada la tarde. Los milicianos subían y bajaban por dormitorios y galerías. Disparaban a quemarropa, acribillaban a los refugiados en las dependencias o los empujaban al patio para ejecutarlos. Así hasta las tres de la madrugada que acabó la descomunal masacre.
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