Martirologio Romano: En Calabria, san Cipriano, abad de Calamizzi, que, custodiando fielente las enseñanzas y los ejemplos de los Padres orientales, fue severo consigo mismo, generoso con los pobres y para todos un buen consejero.
Nació en Calabria, en el seno de una noble y rica familia; el padre era médico y también Cipriano fue un “experto en la ciencia médica”. Más que la salud física prefirió la espiritual: a los 25 años ingresó entre los monjes del monasterio del Santísimo Salvador de Calanna.
La austera vida monástica caracterizada de vigilias, trabajo y penitencia, no le convenció completamente; por lo que le pidió al superior que le dejase practicar la vida eremítica. Se retiró a las posesiones paternas de Pavigliana, donde había una iglesia dedicada a la mártir santa Veneranda. Aquí pasó 20 años en total soledad, trabajando para ganarse el pan, orando, meditando y haciendo penitencia.
La noticia de su presencia se difundió en el valle, así todos los habitantes de los pueblos cercanos, se acercaban a él para obtener ayuda de todo tipo, particularmente en sus enfermedades; algunos le pidieron quedarse con él. En este tiempo murió el abad del monasterio de San Nicola di Calamizzi, Pablo, y los monjes se acercaron a Cipriano que tenía 60 años, para pedirle que fuera su abad. El eremita pensando que esto era la voluntad de Dios, aceptó. Durante este periodo, Cipriano animó la vida espiritual y cultural de todos los monjes, restauró la iglesia, construyó el campanario, las celdas para los monjes, el refectorio, adquirió libros.
Su actividad no tenía descanso: por el día trabajaba y curaba a los enfermos, por la noche oraba. Comía y dormía solamente lo suficiente para sobrevivir. No faltaron los sufrimientos; sobretodo cuando cayó del carro que utilizaba para trasladarse, que le supuso una fractura en la pierna que lo dejó cojo para toda la vida. Murió después de pedir perdón a todos. Fue sepultado en la iglesia del monasterio.
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