Martirologio Romano: Conmemoración de todos los fieles difuntos, en la que la santa Madre Iglesia, siempre solícita para celebrar con las debidas alabanzas a todos sus hijos que gozan en el cielo, cuida de interceder ante Dios por las almas de todos aquellos que nos han precedido en el signo de la fe y se han dormido en la esperanza de la resurrección y todos aquellos que, desde el inicio del mundo, sólo Dios ha conocido la fe, para que purificados de toda mancha de pecado, gocen de la visión de la beatitud eterna.
Esta festividad ya aparece en el siglo IX, en continuidad con el uso monástico desde el siglo VII de consagrar un día a la oración por los difuntos. Amalario, en el siglo I, puso la memoria como lógicamente sucesiva a los santos que ya estaban en el Cielo, aunque ignoraba la fiesta del 1 de noviembre.
Sólo con el abad san Odilón de Cluny esta fecha del 2 de noviembre fue dedicada a la conmemoración de todos los fieles difuntos; ya san Agustín alababa la costumbre de rezar por ellos incluso fuera de sus aniversarios, precisamente para no olvidar a aquellos que no gozaban de sufragios. Fueron los dominicos de Valencia quiénes introdujeron la costumbre de celebrar tres misas para satisfacer todas las demandas de sufragios.
Este uso fue extendido después por Benedicto XV en 1915 a la Iglesia universal, en consideración con los muertos de la I Guerra Mundial, como fiesta de primera clase pero sin precedencia sobre el domingo. Tal precedencia, en cambio, fue establecida en 1969 en clave de plegaria que incluye la fe en la comunión de los santos, con textos reformados en sentido explícitamente pascual, suprimiendo los formularios de la angustia ante el terrible juicio de Dios, que había oscurecido la intensidad de la fe en la resurrección. SOLEMNIDAD.
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