Martirologio Romano: En la localidad de Turón, en la región española de Asturias, santos mártires Inocencio de la Inmaculada (Manuel) Canoura Arnau, presbítero de la Congregación de la Pasión, y ocho compañeros, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que, durante la revolución, en odio a la fe fueron asesinados sin juicio previo, alcanzando así la victoria.

Los desórdenes se iniciaron en la madrugada del día 4 de octubre. Ese día los hermanos fueron detenidos al amanecer, con el padre pasionista Inocencio de la Inmaculada que con ellos se hallaba. Junto con los tres sacerdotes de la localidad y otros prisioneros, quedaron encerrados en una “casa del pueblo” improvisada. El edificio del colegio fue requisado y se destinó a sede del comité revolucionario.
En la tarde del día 7 se presentaron dos miembros del comité. Su empeño fue enterarse de si el hermano Marciano era religioso o sólo asalariado, puesto que era cocinero. Quedaron satisfechos cuando supieron la verdad. Los detenidos intuyeron lo que se avecinaba. Se confesaron con los sacerdotes detenidos. En el comité, su dirigente, Silverio Castañón, determinó su muerte, junto a él, otro exaltado, Fermín García (El Casín), tenían prisa por ejecutar la sentencia. Varias personas intentaron poner sensatez, entre ellas dos médicos y varias madres de alumnos. Creyeron haberlo conseguido, pero Silverio Castañón, a falta de voluntarios de Turón, recluto con sigilo en Mieres y Santullano gente que formara parte del piquete de ejecución. El día 9 por la mañana los fusilaron junto con dos carabineros: el teniente coronel Arturo Luengo Varea y el comandante Norberto Muñoz. Los hermanos eran: Cirilo Bertrán, Marciano José, Julián Alfredo, Victoriano Pío, Benjamín Julián, Augusto Andrés, Benito de Jesús, Aniceto Adolfo.

Fue arrestado con la comunidad lasaliana de Turón, en 1934, por haber prolongado su estancia, a causa de una petición que se le hizo de confesar a unos niños de una escuela cercana, el colegio de Nuestra Señora de Covadonga para celebrar la eucaristía del primer viernes de mes.
Fue martirizado por el terrible delito de hablar a los niños de Dios Padre, de contarles que Cristo había dado su vida por nosotros y por explicarles el primer mandamiento en el que nos tenemos que amar todos. Fue fusilado.
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