30 de septiembre de 2014

San FRANCISCO DE BORJA. (1510-1572).


Martirologio Romano: En Roma, san Francisco de Borja, presbítero, que, muerta su mujer, con quien había tenido ocho hijos, ingresó en la Compañía de Jesús y, pese a que abdicó de las dignidades del mundo y recusó las de la Iglesia, fue elegido prepósito general, siendo memorable por su austeridad de vida y oración.

IV Duque de Gandía. Francisco de Asís de Borja y Aragón nació en el palacio de Gandía (Valencia). Era hijo del duque de Gandía y de Juana de Aragón, y biznieto, por uniones ilegítimas, del papa Alejandro VI y de Fernando el Católico. A los 10 años perdió a su madre y al poco tiempo tuvo que abandonar Gandía, a causa de la toma del palacio por culpa de los revoltosos de las “germanías”. Marchó a Peñíscola, aunque su padre volvió a Gandía, él se fue a Zaragoza. 
En su juventud estudió lenguas y música en Zaragoza, y llegó a cantar sus propias canciones. Se dedicó a las carreras de caballos, y fue un gran jinete. Su bisabuela paterna tuvo deseos de conocerlo, y lo enviaron a Baza, y allí enfermó de gravedad y se le complicó aún más la situación a causa de un fuerte terremoto ocurrido por entonces. A los 18 años marchó a la corte en Valladolid y Tordesillas, y fue el protegido de Isabel de Portugal y de su marido Carlos V. Fue menino de la infanta Catalina, hija de doña Juana la Loca y se educó con su tío Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza. En Zaragoza estudió también Filosofía y tuvo como profesor a Gaspar de Lax. Fueron años de crisis de juventud. 
Se le nombró marqués de Lombai; y la reina le dio en esposa a Leonora de Castro, de la que tuvo ocho hijos; feliz en su matrimonio, fue elegido gran caballero del emperador y gran escudero de la emperatriz. Felipe II lo tuvo como amigo y consejero. Intervino en la batalla de Provenza; allí murió en sus brazos, su amigo el poeta Garcilaso de la Vega. Viajaba en silla de manos pero leyendo a san Pablo y san Juan Crisóstomo. Cogió el hábito de la confesión y comunión frecuente a causa de una enfermedad que lo tuvo a las puertas de la muerte. Su conversión se obró a partir del fallecimiento de la emperatriz, tal y como explicó en su diario: "Por la emperatriz, que murió tal día como hoy. Por lo que el Señor obró en mí por su muerte. Por los años que hoy se cumplen de mi conversión". Y la corroboró cuando tuvo que abrir el ataúd, después de 15 días de viaje desde Toledo a Granada, para certificar que aquél era el cadáver de la soberana; el espectáculo fue tan horrible que exclamó: "jamás servir a Señor que se me pueda morir".
Francisco siguió a las órdenes del emperador. Pero la herida está abierta. Le nombraron virrey de Cataluña, Rosellón y Cerdeña (1539-1543), donde ejerció el cargo con justicia y rectitud. Murió su padre. Ya era duque de Gandía. Entró en contacto con los  jesuitas, el beato Pedro Fabro y Araoz. Escribió a san Ignacio de Loyola. Realizó una gran labor social en Gandía, abrió un hospital, y creo la universidad de Gandía. Murió su esposa. Francisco tenía 36 años y siete hijos. Hizo los Ejercicios Espirituales y se dejó guiar por san Juan de Ávila, hasta que vio su camino en los jesuitas. Llevó una vida de profunda mortificación y oración. Adelgazó tanto, que decia con gracejo, que podía dar a su cuerpo un par de vueltas con la piel. Arregló los asuntos de sus hijos y de sus estados. Renunció a sus títulos. 
Entró en la Compañía de Jesús, pero san Ignacio le aconsejó que por el momento lo mantuviera en secreto por razones de su status. San Ignacio dijo: “El mundo no tiene orejas para oír tal estampido”. Marchó a Roma y fue ordenado sacerdote; con otros pocos fundó un pequeño y pobre convento, en el que él mismo realizaba los trabajos más humildes. Regresó a España por indicación de san Ignacio, que vio en él algo más que un penitente piadoso. Predicó mucho, los nobles le admiraban; hizo voto de no aceptar ninguna dignidad si no era con permiso de sus superiores. Visitó a santa Teresa de Ávila y a Carlos V en Yuste. Marchó a Portugal convirtiendo a muchas personas. Volvió a Roma donde donó a san Ignacio, para que se iniciaran las obras del Colegio Romano, futura Universidad Gregoriana de Roma. Murió san Ignacio. Fue elegido Prepósito General el Padre Diego Laínez, que tuvo con él la misma confianza que san Ignacio. En aquellos tiempos, le llegó la mala noticia de que un libro que se le atribuía entraba en el Índice de libros prohibidos. El libro no era suyo, y esto le afectó mucho, y no se solucionó el problema, hasta el 1583, cuando él ya había muerto. Fue llamado a Roma para hacerlo asistente de España, en la curia general del papa Pío IV, que mostró hacia él una gran estima.  Se le nombró Vicario General de la Compañía y comisario de las provincias de Italia, mientras Laínez acudía a la última sesión del Concilio de Trento. 
Fue elegido tercer prepósito general de la Compañía de Jesús sucediendo al padre Laínez. Es llamado el segundo fundador de la Compañía, al revisar los estatutos. Enseñaba con su sola presencia hecha oración y silencio, humildad y pobreza. Impulsó las misiones en América y Europa central, y durante su generalato murieron los primeros mártires jesuitas. Por su influjo se llegó al nombramiento de una comisión pontificia encargada de velar por la conversión de los infieles, antecedente de la actual Congregación para la Propagación de la Fe. Abrió las puertas de la Compañía a judíos, moriscos e indígenas, algo inaudito por entonces. Otra vez en España, enviado por san Pío V, para preparar la Liga que triunfaría en Lepanto. Murió agotado en Roma después de este viaje. Su cuerpo descansa en la iglesia de los jesuitas del Sagrado Corazón de Madrid. Escribió su vida espiritual en su “Diario”. Patrón de Gandía. 

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