17 de octubre de 2014

Beato PERFECTO CARRASCOSA SANTOS. (1906-1936).


Nació en Villacañas (Toledo) en el seno de una familia de labradores de posición media. A los diez años comenzó los cinco de humanidades, de los cuales estudió tres en el seminario franciscano de Belmonte y los dos restantes en el de Alcázar de San Juan. Llamaba la atención por su inocencia y se ganó el afecto de todos, compañeros y profesores. En 1921 vistió el hábito franciscano en Arenas de San Pedro. Hizo su profesión temporal en 1922. Empezó los estudios de filosofía en el convento de Pastrana, pero un tumor en el tobillo le obligó a interrumpirlos. Mejorado, marchó a Consuegra (Toledo), en donde terminó la filosofía y cursó la teología. Llevaba con serenidad el mal que padecía, el cual no le impedía entregarse con ardor a su formación. Obtenía calificaciones brillantes y colaboraba en la revista del seminario. Emitió su profesión solemne en Consuegra en 1927 y fue ordenado sacerdote en 1929.
La enfermedad dicha le acompañó toda la vida, pero no fue capaz de robarle su optimismo y su alegría. Sencillo, simpático, bondadoso y con cierta dosis de timidez, era el encanto de sus hermanos, incapaz de hacer mal a nadie o molestarlo, aunque él era el blanco de muchas bromas. Siempre fue parlanchín, con una locuacidad inocente y alegre que indicaba un alma limpia y candorosa. Se sentía plenamente feliz en su vocación y amaba ardientemente a su Orden y a la Iglesia. Su ideal era ser apóstol y misionero.
Desde 1929 a 1935 estuvo en el convento de Pastrana como profesor del seminario de filosofía. Daba clases de las materias científicas y montó un laboratorio de química. Además, era director del coro, confesor de los seminaristas mayores y, algunos años, fue asistente de la Orden Franciscana Seglar y director espiritual del seminario menor. Daba también cauce a sus ansias apostólicas escribiendo artículos y poemas en la revista "Cruzada Seráfica", en los que explicaba las verdades de la fe, ensalzaba y defendía a la Iglesia y la religión en los años de la Segunda República española. En octubre de 1935 fue destinado al convento de San Antonio, de la calle Duque de Sesto, en Madrid, como secretario de la provincia franciscana de Castilla, y en donde siguió ejerciendo el apostolado sacerdotal.
En ese convento le encontró la guerra civil española de 1936. La comunidad tuvo que abandonar el convento a partir del 18 de julio; el P. Perfecto salió el día 20 y se refugió en casa de unos vecinos. Hacia el 24 de julio salió para Villacañas. Estuvo en casa de sus padres unos 50 días. En ese tiempo se preparó para el martirio con una vida de oración casi ininterrumpida. También confesó a algunas personas. Tenía miedo a la muerte y le sacudían los nervios al oír relatar los asesinatos, pero decía: “Si Dios me quiere mártir, ya me dará fuerzas para soportar el martirio”. Lo veía cercano y, a pesar de su miedo, deseba esa gracia, repitiendo con frecuencia: “¡Qué ocasión para ser mártir!”.
Sabían en el pueblo que estaba en casa de sus padres, pues algunos le habían visto entrar, pero ni los izquierdistas querían meterse con él, pues le consideraban “un ser inocente”. Mas uno de ellos, que luego se ufanaría de haberle dado una paliza al fraile, se presentó en casa de los Carrascosa en la madrugada del 14 de septiembre acompañado de tres hombres armados, y ordenó: “¡Que salga el fraile!”. Avisado, Perfecto se vistió y salió. A partir de ese momento perdió todo miedo. Dijo a la familia: “No teman ustedes por mí”. El padre le dijo: “Hijo mío, a decir la verdad”. Y él: “Sí, padre, sí”.
Se lo llevaron a la ermita del Cristo, donde tenían presos a algunos más. Fueron 33 días de prisión heroica. La familia y otras personas constataban las señales de las torturas, que también los otros presos sufrían: el rostro amoratado, hinchado y desfigurado, los ojos enrojecidos, el cuerpo como si no cupiese en la ropa, en ésta, manchas de sangre. Una persona atestiguó: “¡Hay que ver las palizas que le están dando para que blasfeme y no lo logran!”. Una vez le presionaban: “Di que tu madre es una mala mujer y que la Virgen también lo fue”. Él respondió: “Mi madre no es lo que decís, aunque pudo haberlo sido; pero la Virgen ni lo fue ni pudo serlo”.
No se abatió, no se quejó de las torturas ni de los torturadores, ni sufrió mella su bondad y su celo apostólico. Alentaba a los compañeros, les exhortaba a aceptar el martirio, a no blasfemar, a perdonar a los verdugos y a rezar, y les administraba el sacramento del perdón. Como dijo uno de los compañeros de prisión, “era un ángel para todos”.
A primera horas de la madrugada del 17 de octubre de 1936, el P. Perfecto fue conducido junto con cinco seglares al cementerio de Tembleque (Toledo). En el trayecto expresó su gozo porque iba a alcanzar a Dios con el martirio. Ya en el cementerio, animó a los compañero y les fue dando la absolución, para lo cual pidió ser fusilado el último. Allí fueron enterrados. Terminada la guerra civil, en abril de 1939, fueron exhumados el P. Perfecto y sus compañeros de martirio. Trasladados a Villacañas, fueron llevados procesionalmente por las calles y por la ermita que les hizo de prisión, y enterrados en el cementerio municipal.

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