Martirologio Romano: En Nagasaki, Japón, beatos Antonio de San Buenaventura, de la Orden de los Hermanos Menores, Domingo Castellet, de la Orden de Predicadores, sacerdotes, y veinte compañeros, mártires, algunos de los cuales eran laicos y muchos niños: todos sufrieron el martirio por Cristo con la espada o en el fuego.


“Antonio de San Buenaventura fue obrero incansable y ganó para Dios una multitud de almas. Noche y día velaba, confesando, bautizando, catequizando, levantando a los que habían caído por temor a la persecución, de los cuales en poco tiempo recondujo a la fe a más de 2.000, muchos de hasta el martirio. En tiempos tan difíciles en que el cristianismo era perseguido, bautizó a más de mil paganos y en los diez años que duró su ministerio, nada pudo frenar el ardor apostólico de su celo”.
Denunciado el 21 de enero de 1628 por un falso amigo, fue recluido en la terrible prisión de Ômura, donde tuvo la posibilidad de prepararse con muchos compañeros al martirio, al cual miraba como una fiesta. Escribía en efecto desde la prisión el 6 de septiembre al padre Pedro Matías, comisario de Filipinas: “Estoy tan sorprendido cuando me veo donde estoy y pienso que desde hace dieciséis días están listos los postes y la leña para ser quemado vivo, que todavía dudo si se trata de mí precisamente. ¡Oh misericordia de Dios, tan misericordioso que pagas tan generosamente a quien tan mal te ha servido!”.
Fray Antonio pasó veinte meses en la prisión, y sin embargo no se desalentó; el deseo del martirio irradiaba toda su vida. Trasladado a Nagasaki en la Santa Colina o Monte de los Mártires, fue quemado vivo en medio de terribles sufrimientos soportados con heroica fortaleza.

Aprendió la lengua japonesa en la clandestinidad y luego se sucedieron las marchas forzadas para atender a los cristianos perseguidos y a los misioneros encarcelados, llegando a entrar disfrazado en las cárceles de Ômura y Nagasaki, para confesar a más de 130 mártires en un día. En 1623 quedó prácticamente sólo en la misión, con el padre Vázquez, durante varios meses, tuvo que presenciar la tragedia de la huida de cristianos a los montes y sufrió el dolor de estar presente en tres martirios ocurridos en 1622.
Nombrado Vicario provincial en 1627, tuvo como labor prioritaria atender a los cristianos de Nagasaki, mientras que otro misionero cuidaba de los huidos a los montes. Fue encarcelado en la prisión de Kuwara. Luego trasladado a la prisión de Nagasaki y el 8 de septiembre fue quemado vivo en la colina de Nishizaka en Nagasaki.
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