22 de agosto de 2015

Beato NARCISO DE ESTENAGA Y ECHEVARRÍA. (1882-1936).


Nació en Logroño. Huérfano de padre y madre (jornalero y lavandera, respectivamente), fue llevado primero a Vitoria y luego a un colegio para huérfanos en Toledo, fundado por Joaquín de Lamadrid (que también sería asesinado en el mes de agosto de 1936), que quedó impresionado por la viva inteligencia del niño. Lamadrid le consiguió una beca en el Seminario de Toledo, graduándose en Derecho con brillantez y siendo ordenado sacedote en 1907. Además del Derecho, sentía predilección por los temas históricos y los relacionados con el arte. Debido a sus talentos fue pronto nombrado canónigo por oposición de la catedral primada.
Amigo y confesor del rey Alfonso XIII, tras quince años de ministerio sacerdotal éste lo eligió como Obispo- Prior de Ciudad Real, Prior de las Órdenes Militares, en 1922. El propio rey le invistió como caballero de la Orden de Santiago. Intervino en el Congreso Catequístico Nacional de 1929, celebrado en Granada, en el Ibero-Americano de Sevilla y en el Eucarístico de Toledo.
Era correspondiente de las Real Academia de la Historia y de la de Bellas Artes de San Fernando, académico de número y director de la Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, caballero de la belga Orden de la Corona. Dominaba varios idiomas y fue autor de varias obras, entre ellas una historia de la catedral de Toledo que dejó inconclusa. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, que le encargó, en abril del 1936, el “Elogio fúnebre de Lope de Vega”, con motivo del tercer centenario del fallecimiento del Fénix de los Ingenios.
Cuando estalló la Guerra Civil se produjo una situación equívoca. Cuando la situación se complicó, sobre todo a mediados de julio de 1936, y peligraban las personas de Iglesia, algunos amigos ofrecieron, al Sr. Obispo y a su familiar la posibilidad de ponerse a salvo abandonando la diócesis, lo que no aceptaron. Como diría el Prelado: “mi puesto está aquí”. Nuevamente el día 26 ó 27 les ofrecieron la posibilidad de librarse, y su respuesta fue la misma: «aquí está mi puesto”. El 5 de agosto un grupo de milicianos armados asaltaron el obispado, donde él residía, y empezaron un registro meticuloso. El Sr. Obispo defendió el Sagrario de una profanación inminente. En un momento dado amenazaron con matar al Prelado, quien, de rodillas, les dijo: “matadme”. Pero no lo hicieron. 
El día 12 de agosto los echaron fuera del obispado y los acogió una familia amiga, con quien permanecieron hasta el día 22. Ese día los milicianos asaltaron la casa y se llevaron al Sr. Obispo y a su secretario, el beato D. Julio Melgar, que no opusieron la menor resistencia. Los condujeron por el camino de Peralvillo Bajo, hacia el río, donde los asesinaron disparándoles. Al día siguiente sus cadáveres fueron vistos por un testigo, que los reconoció. Llevados al depósito del cementerio, los colocaron en dos sencillas cajas de madera y los trasportaron a la sepultura del Cabildo, donde fueron enterrados. El 10 de mayo de 1940 el cadáver de D. Narciso fue sepultado en la catedral. Sus reliquias fueron exhumadas y nuevamente inhumadas privándolas de la veneración popular. 


Julio Melgar Salgado. Beato. (1900-1936). 
Nació en Bercero (Valladolid). Estudió en el Seminario Universidad de Valladolid, donde conoció al beato Narciso de Estenega y Echevarría, con el que entabló una profunda amistad. Ordenado sacerdote en 1924, por el mismo obispo de Ciudad Real, el beato don Narciso Estenega, quien le nombró su secretario.
Los doce años de vida sacerdotal fue siempre el servidor fiel y prudente, siempre al lado de su obispo, con el que compartió su amor y devoción a la Virgen de Guadalupe, especialmente en las visitas a sus santuario como peregrino en 1925, que hizo la Diócesis de Ciudad Real, en la que su obispo pronunció unas encendidas palabras al besar el manto de la Santísima Virgen en su Camarín. En la visita de 1927, donde estuvieron casi tres días en Guadalupe o en octubre de 1928, en esa maravillosa proclamación de fe que fue la Coronación canónica de Santa María de Guadalupe, como Reina de las Españas o de la Hispanidad.
Su grata amabilidad, sencillez y virtud de servicio le acompañó hasta su temprana muerte, que demostró cuando, el día 22 de agosto de 1936, los milicianos detuvieron al señor obispo Esténega y le dijeron al siervo fiel: “Puede usted quedarse”, a lo que el respondió: “yo voy siempre a donde va el Señor Obispo” y como el obispo iba al martirio, al martirio fue con él “fidelis usque ad mortem. Murió asesinado en El Pliego (Ciudad Real). 

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