Martirologio Romano: En el pueblo de Wenga junto a Busira en el Congo Belga, hoy República Democrática del Congo, beato Isidoro Bankaja, mártir, que, joven iniciado en el cristianismo, cultivó con diligencia la fe y testificó con gran coraje durante su trabajo; por esto, por odio a la religión cristiana fue sometido a continuos latigazos por parte del director de la compañía colonial y murió pocos meses después, perdonando a su perseguidor.

Sobre su vida en Coquilhatville tenemos solamente este testimonio directo: “Bakanja tenía un carácter dulce. No discutía jamás. Era un cristiano buenísimo”. Era siempre afable con todos, blancos y negros, rezaba siempre. Siempre ostentó el escapulario valientemente como signo de testimonio cristiano y de piedad hacia María. Se puso a trabajar en una empresa de caucho que dirigía como gerente un belga blanco llamado Longange Van Cauter. Éste tenía odio declarado a todo lo que fuera religioso o cristiano, ya que igualaba a blancos y negros, y había prohibido que se rezase y que se llevasen signos externos de religión. Un día vio a Isidoro con el escapulario y le dijo que se lo quitara, pero Bakanja no lo hizo, por ello fue azotado. Su piedad fue tal que lo eligieron catequista entre los trabajadores
Longange, quería matarlo y ordenó que lo golpearan con una cachiporra y ordenó su muerte; Bakanja se presentó a él y le dijo: “No te he robado. No me he acercado a tu mujer ni a tus concubinas... He hecho cuanto me has mandado... ¿Por qué quieres matarme?”. El belga ordenó que lo azotasen con un látigo para domar a los elefantes, lleno de clavos sobre el cuero. Aunque los azotes tuvieron lugar en febrero, subsistió durante cerca de seis meses, padeciendo un intenso dolor por las heridas abiertas y empozoñadas que cubrían su espalda; además cuando el tirano se enteró que venía un inspector, ordenó encerrarlo en un calabozo, donde lo comían las ratas y recibió nuevos golpes y malos tratos. Un día dejaron la puerta abierta y consiguió huir y se encontró con un criado del inspector, quien quedó profundamente impresionado. Bakanja le dijo: “Si ves a mi madre, si vas a casa del juez, si vas a la residencia del padre, diles que muero porque soy cristiano”.
Tras recuperarse, fue nuevamente azotado por el propio Longange, y encerrado en un calabozo. Como hubiera una nueva inspección, para que no se enterasen de lo que sucedía, se lo llevaron a Isako para que el inspector no lo descubriera; de nuevo consiguió escaparse y tuvo que estar escondido en un pantano, donde se lo comía el pus y los gusanos. Por fin lo encontraron unos misioneros, con los que se confesó, recibió la eucaristía y la extremaunción, y murió perdonando a su verdugo. Murió en Wenga o Busira, diciendo “Ciertamente, oraré por él (refiriéndose a su verdugo). Cuando esté en el cielo, oraré mucho por él”. Van Cauter fue expulsado de la compañía y llevado ante los tribunales, que castigaron su inhumano proceder. SS. Juan Pablo II lo proclamó beato en 1996.
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