Martirologio Romano: En el pueblo de Motril cercano a Granada en la costa española, beatos Vicente Pinilla, de la Orden de los Agustinos Recoletos, y Manuel Martín Sierra, sacerdotes y mártires, que, desalojados de la iglesia, fueron fusilados un día después del martirio de otros cinco compañeros.
Vicente nació en Calatayud, Zaragoza. Agustino recoleto. Misionero en Filipinas, donde trabajó en las islas periféricas y sufrió las persecuciones de la revolución. Luego trabajó en Brasil y por último destinado a Motril, Granada.
Se distinguió por su sencillez, su jovialidad, su asiduidad al confesionario, su devoción a la Virgen de la Consolación y el amor a los niños. Con cierta frecuencia le bailaba en el corazón la idea del martirio, y entonces no lograba reprimir sus ansias de fecundar con su sangre sus trabajos apostólicos.
Mártir en Motril. Le sorprendió el tiro de gracia en actitud de bendecir a sus perseguidores. Los testigos afirman que afrontó la muerte “con animo sereno y tranquilo”, con un crucifijo en la mano y repitiendo las palabras de Cristo: “Perdónales porque no saben lo que hacen”. Uno de los asesinos exclamó emocionado: “Ya no mataré más a nadie. Si es verdad que hay santos, éste es uno”.
Manuel nació en Churriana de la Vega. Ingresó en el clero diocesano de Granada tras haber realizado sus estudios en los escolapios. Fue ordenado sacerdote en 1915, y siguió sus estudios hasta alcanzar el título de doctor en Teología. Durante un tiempo fue profesor del seminario de Granada, cargo que simultaneó con el de capellán de religiosas.
En 1929 fue nombrado párroco de la Iglesia de la Divina Pastora de Motril y en ella seguía al estallar la guerra civil. Fue un sacerdote ejemplar, pendiente siempre de sus feligreses. Vivía pobremente para poder socorrer mejor a los necesitados. Era notorio su celo apostólico y capacidad de trabajo, además era un hombre humildísimo.
Tuvo ocasión de huir, como lo hizo su familia, pero no lo hizo alegando que un pastor debía quedarse con sus ovejas. Junto con las religiosas Hijas de la Caridad que trabajaban en el hospital, se refugiaron en el templo parroquial, allí fue buscado y encontrado, y se le conminó a que blasfemara. Se mantuvo firme y en el atrio de la parroquia lo fusilaron junto con el agustino aragonés, Vicente Pinilla.
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