Martirologio Romano: En el campo de concentración de Dachau, cercano a Munich, de Baviera, en Alemania, beato Tito Brandsma, presbítero de la Orden de los Carmelitas, mártir, holandés de nacimiento, que por defender la Iglesia y la dignidad del hombre sufrió con ánimo sereno toda clase de quebrantos y vejaciones, dando ejemplo de una caridad sin límites, tanto en favor de sus hermanos concautivos como de sus mismos verdugos.
Nació en Bolsward en Frisia, Holanda y se llamaba Anno Sjoerd. Desde su niñez sintió la vocación religiosa, se educó con los franciscanos pero ingresó en los carmelitas: "El espíritu del Carmelo me ha fascinado". En 1899. emitió sus votos religiosos, y desde entonces se entregó de lleno a su sólida formación intelectual y dio señales de su futura vocación: el periodismo. Realizó sus estudios en los conventos de Boxmeer, Sendereen y Oss. En 1905, fue ordenado sacerdote y al año siguiente llegó a Roma para graduarse con gran brillantez en Filosofía y Sociología y doctorarse en Filosofía en 1909.
De regreso a su patria, comenzó una labor que todos juzgarían de extraordinaria. Fue nombrado regente de estudios de su Provincia. Era casi imposible que fuera capaz de llevar tantas cosas y tan bien llevadas: daba clases, escribía, predicaba, ayudaba a los necesitados, no faltaba nunca a los actos de comunidad. Igual se le veía con una escoba en la mano que dirigiendo la marcha de la universidad católica de Nimega de la que fue rector. Era de carácter apacible pero firme. Destacó por su fe viva, por su inmensa confianza en el Señor y por su exquisita caridad. Siempre estuvo dispuesto a ceder ante las ordenes de sus superiores, aunque no comprendiera las razones que le daban. Alguien dijo de él: "Es puro como un niño de primera comunión".… En 1906, fundó la revista “Van Neerlands Carmel” y en 1012, dirigió “Carmerozen”. Desempeñó el cargo de redactor jefe del periódico “De Stat Oss”. Colaboró en la traducción al holandés y la edición de las obras completas de santa Teresa de Jesús.
A los 44 años, fundó la Unión de Escuelas Católicas y fue su presidente hasta su muerte. Periodista profesional, a sus 54 años, fue nombrado consejero eclesiástico de los periodistas católicos de Holanda. Fundó el Instituto de Mística. Visitó diversos países: Brasil, Irlanda, Estados Unidos, España, con el fin de estudiar los textos de santa Teresa y las relaciones con la espiritualidad española y la holandesa.
Cuando en 1940, Holanda fue invadida por los nazis se levantó su voz contra ellos por su fe, su amor a la libertad, su amor a los judíos, y el respeto de los derechos humanos y para ello escribió en “De Gelderlander” diversos artículos contra el nazismo. Se negó, en calidad de presidente de la asociación de escuelas secundarias católicas y capellán de los periodistas católicos, a cerrar las escuelas confesionales a los estudiantes judíos y a publicar en la prensa la propaganda nazi.
Fue arrestado en 1942, en el convento de Nimega y conducido a la cárcel de Scheveningen, en La Haya, y desde allí escribió una defensa de la Iglesia un diario que tituló “Mi celda” y otros textos. Luego fue trasladado a la cárcel de Amersfoort, Holanda, donde trabajó como leñador y pelador de patatas durante todo el día, bajo las torturas de sus guardianes. Sufrió disentería con hemorragias, y fue enviado a la enfermería donde ayudaba a todos con heroica caridad. Se reunía con los presos y hacían tertulias religiosas, literarias. Fue trasladado de nuevo a Scheveningen, para recibir nuevo interrogatorios y luego le condujeron al campo de concentración de Dachau, en Alemania, pero antes pasó por la prisión de Kleve, Alemania, donde sufrió una agonía espiritual, atormentado por las dudas acerca de lo acertado de su conducta y de cuál era la voluntad de Dios. En el campo de Dachau, sufrió todo tipo de tormentos, por los terribles trabajos que tuvo que realizar; fue trasladado a enfermería y fue sometido al experimento de los flemones artificiales. Entre humillaciones y sufrimientos sin fin, murió asesinado con una inyección de ácido fénico. La enfermera que lo mató había sido educada católica, pero había abandonado la fe. Preparándose para la muerte, el padre Tito le dio su rosario. Ella le dijo que había olvidado las oraciones, pero él le dijo que podría de todos modos decir las últimas palabras: “Ruega por nosotros pecadores”. Pasada la guerra, ella no sólo volvió a la Iglesia, sino que habló en el proceso de beatificación. Su cuerpo fue incinerado en el horno crematorio y sus cenizas arrojadas a la fosa común. Fue beatificado el 3 de noviembre de 1985 por san Juan Pablo II.
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