
El P. Simón tuvo dificultades de salud a lo largo de la vida. Pasó por numerosas residencias. Entre las tareas más relevantes que le fueron asignadas están la de auxiliar del Maestro de Novicios en Sant Honorat, y el cuidado de un grupo de niños y adolescentes en el santuario de Lluc. Otros trabajos que desempeñó fueron Maestro de capilla, confesor de la comunidad y cronista local.
Al cambiar el marco social y político de España y proclamarse la segunda República, se experimenta una fuerte hostilidad contra la Iglesia. El P. Francisco, solicita a los superiores que envíen a su hermano Simón a la residencia de Barcelona para tenerlo junto a sí. En 1931 se ejecuta el destino, aunque por poco tiempo reside en el citado Santuario. En febrero de 1936 de nuevo se le asigna el mismo destino. Le costó aceptar este mandato al P. Simón, pues tenía el presentimiento trágico de que iba a morir. En Barcelona, en efecto, era donde más hostilidad bullía contra los eclesiásticos.

Sus alumnos hablaban de él como maestro comprensivo y benevolente, con el deseo de hacer amenas sus enseñanzas. Su bondad nunca degeneró en permisividad y no fue obstáculo para imponer el orden cuando era debido. Algunos testigos aluden expresamente a su recto sentido moral. Su último destino fue el santuario del Coll en Barcelona, donde colaboró en los trabajos de la casa y de la Iglesia. Sabemos que en septiembre de 1935 hizo ejercicios espirituales en Mallorca y fue a despedirse de su madre. Ambos presentían un desenlace fatal.

Finalizada su formación recorrió varias residencias. Ejerció de enfermo, de cocinero, de hortelano... Siempre solícito, piadoso y con su toque de rústica ingenuidad. Cuando se permitía algunos momentos de descanso en el trabajo físico, se sumergía en la lectura de biografías de santos. Los tres últimos años de vida los pasó en el santuario del Coll, donde le sorprendió la muerte. Allá sufrió algunos achaques, pero trataba de seguir el ritmo que requerían los quehaceres de la casa. Hasta llegaba a tener un cierto sentido de culpa a causa de sus dolencias. En ningún caso exigía privilegios o atenciones especiales. Los superiores convenían en que era un hombre de Dios y una garantía para la buena marcha de la casa donde residía.
Cuando sus compañeros de comunidad decidieron que había que abandonar la residencia, el Hno. Mayol se resistió. Pensaba que ningún daño iba a sucederle, dada su edad y su aspecto. Cuando posteriormente los milicianos incendiaron el templo, por tres veces apareció el Hno. Mayol con un ramo de hierbas para sofocar las llamas. Le amenazaron con matarle.
El 20 de julio de 1936, ante el acoso de que eran objeto los religiosos, fueron invitados a trasladarse a una tienda de comestibles muy cercana al templo. Allí permanecieron los tres: el P. Simón, el P. Miguel Pons y el Hno. Francisco Mayol, también parte del día 21. Dado que no cesaba su búsqueda, la Sra. Prudencia Canyelles les ofreció su residencia (la torre Alzina), situada a mayor distancia, como escondite. Allá se trasladaron el mismo martes, día 21, al declinar el día. El día 23, al anochecer, fueron los milicianos a la mencionada Torre Alzina y tirotearon a los religiosos a medida que salían de la sala. El P. Simón iba el primero de la fila de los que fueron fusilados.
.jpg)
En julio de 1936 sor Catalina formaba parte desde hacía seis años de la comunidad de religiosas franciscanas, en el barrio del Coll, de Barcelona. La comunidad centraba sus tareas en la guardería infantil y en el cuidado de los enfermos con total desinterés. Subsistía gracias a los donativos. Sor Catalina dejó muy buenos recuerdos por donde quiera que pasó. Hizo siempre el bien en la penumbra. Se encontraba sirviendo de enfermera a domicilio cuando en la calle se proferían amenazas y griteríos anticlericales. Aunque le aconsejaron que no se moviera y habrían podido esconderla, prefirió reunirse con sus Hermanas para compartir con ellas el sufrimiento de aquellos momentos inseguros y regresó al convento vestida de seglar.

En 1928 ingresó como postulante en las Franciscanas de Pina. Al poco de hacer su profesión perpetua, en 1935, fue destinada a la comunidad del Coll, en una barriada periférica de Barcelona. Tanto al despedirse de Palma como al llegar a Barcelona, Miquela expresó el presentimiento de su muerte cercana.
El día 20, Catalina y sor Micaela Rullán fueron arrestadas por los milicianos y, junto con otras dos religiosas de la Compañía de Santa Teresa, fueron llevadas ante el Comité del barrio. Allí sufrieron malos tratos y las peores vejaciones, según algunos testigos. Luego se las llevaron a una carretera de las afueras, y en la Rebassada fueron fusiladas junto con el beato Hno. Pablo Noguera, Misionero de los Sagrados Corazones, y la señora Prudencia Canyelles. Sor Catalina no murió en el acto, por lo que, durante la noche, con grandes esfuerzos, pudo llamar a la puerta de una casa conocida, pidiéndoles un vaso de agua. Le dieron un vaso de leche y una silla para sentarse en el jardín ya que, por temor a represalias, no la dejaron entrar en la casa. Esta familia llamó a un pariente miliciano para que la acompañara al Hospital Clínico para curarla. De hecho la recogió, pero en el camino de la Vall de Hebrón los milicianos acabaron con su vida.

Fue destinado a Barcelona, lo cual le preocupó por el clima anticlerical que se vivía en la ciudad. Sabía de los asaltos a conventos y del odio que se extendía como mancha de aceite. Se despidió de su madre, sumido en estos pensamientos. Emprendió la marcha hacia el Coll en 1934. El Hno. Pablo Noguera fue un dechado de simplicidad, en el sentido de que fue siempre transparente y vivió plenamente la unidad de vida. Nada tenía que ocultar, ninguna ambición se filtraba en sus proyectos de futuro. De manera que no había porqué favorecer meandros o recovecos reacios a la luz.
El día 23 de julio de 1936 los milicianos apresaron al Hno. Pablo y lo trasladaron de la residencia llamada “Torre blanca”, lugar en que se había establecido un comité de los milicianos. Allá se encontró con otras religiosas de la barriada del Coll. Pablo tenía las manos atadas a la espalda y se mantuvo siempre silencioso, con los ojos bajos. Llamó la atención un tal comportamiento. Fue fusilado en la curva de la Rabassada en Barcelona.

La Sra. Prudencia entendió que el refugio de algunos misioneros en una tienda cercana al santuario no era seguro, por encontrarse demasiada cerca del templo. Les invitó a esconderse en su casa, la Torre Alzina. Al anochecer del día 21 ocurrió el cambio de refugio. A mediodía del 23 los milicianos registraron una torre contigua buscando a los religiosos. Luego lo hicieron en la Torre Alzina. En cuanto los encontraron los fusilaron.
Posteriormente regresaron a la casa de Prudencia para detenerla. Explica la vinculación de la beata con la comunidad de religiosos el hecho de que éstos visitaran a su marido a medida que era presa de la tuberculosis. Le llevaban la comunión y le administraron la unción de los enfermos. Murió fusilada en la curva de la Rabassada en Barcelona. Beatificados por Benedicto XVI el 28 de octubre de 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario