(fr.: Avit, Avy).
Heredado del abuelo.
Martirologio Romano: En Orleans, en la Galia, san Avito, abad.
Se dice de él que nació en la zona de Orleans, teniendo por padres a unos cristianos pobres y que, cuando era pequeño conoció a los monjes de la abadía de Micy donde ingresó con el permiso del abad san Maximino. Cuentan de él que la primera época de fraile la vivió tan amable, servicial y obediente que su sencillez y deseos de agradar a la comunidad a veces fue considerado por algunos como una actitud que rayaba con lo estúpido. El abad le encomendó muy pronto el oficio de ecónomo. Que lo hiciera bien o mal en preparar la intendencia sólo Dios lo sabe, pero el resultado fue la continua crítica y murmuración que provocó en los compañeros de salmos.
La situación de aparente fracaso le llevó a replantearse con mayor seriedad sus deseos de soledad. Se marchó del monasterio. Ahora sí que podrá en el bosque cercano dedicarse a la oración y penitencia a sus anchas sin necesidad de escuchar las protestas de sus hermanos y dando cuenta al abad de su vida de vez en cuando. Intentará imitar a los ermitaños comiendo la hierba, raíces y frutas que encontrase por el campo.
Hizo falta el ruego de los frailes y la intervención del obispo de Orleans para sacarlo del retiro de Solaña y conseguir que aceptara el gobierno de la abadía, en el año 520, después de la muerte de san Maximino. El nuevo abad hizo más con humildad y ejemplo que con mandatos; pero por su medio se restableció la primera disciplina y se elevó el tono sobrenatural del monasterio.
Se marchó de nuevo como ermitaño en la provincia francesa de Perche, en compañía de san Carileffo. Vivirán como en la primera época en la contemplación y penitencia, metidos en el alejamiento y el silencio. Pero tuvo tantos seguidores que tuvo que construir un monasterio y gobernarlo. Cuenta una leyenda que cuando pasaba hambre en el bosque, un roble cuyas bellotas no eran comestibles, se metamorfoseó en grosellero. Dicen que a ruegos de Avito, llegaron a soltar en Orleans a los presos de la cárcel. Y además hablan del ciego curado milagrosamente; y el mismo Lubin, el obispo de Chartres, relata la resurrección de un monje. Y con el rey Clodomiro, el hijo de Clodoveo y santa Clotilde, tuvo palabras de paz intercediendo por el preso rey de Borgoña, Segismundo y su familia. Después de muerto, refieren de él muchos milagros y le atribuyen bastantes victorias guerreras logradas por su intercesión. Chateaudrum y Orleáns se distribuirán posteriormente sus preciosas reliquias.
Se dice de él que nació en la zona de Orleans, teniendo por padres a unos cristianos pobres y que, cuando era pequeño conoció a los monjes de la abadía de Micy donde ingresó con el permiso del abad san Maximino. Cuentan de él que la primera época de fraile la vivió tan amable, servicial y obediente que su sencillez y deseos de agradar a la comunidad a veces fue considerado por algunos como una actitud que rayaba con lo estúpido. El abad le encomendó muy pronto el oficio de ecónomo. Que lo hiciera bien o mal en preparar la intendencia sólo Dios lo sabe, pero el resultado fue la continua crítica y murmuración que provocó en los compañeros de salmos.
La situación de aparente fracaso le llevó a replantearse con mayor seriedad sus deseos de soledad. Se marchó del monasterio. Ahora sí que podrá en el bosque cercano dedicarse a la oración y penitencia a sus anchas sin necesidad de escuchar las protestas de sus hermanos y dando cuenta al abad de su vida de vez en cuando. Intentará imitar a los ermitaños comiendo la hierba, raíces y frutas que encontrase por el campo.
Hizo falta el ruego de los frailes y la intervención del obispo de Orleans para sacarlo del retiro de Solaña y conseguir que aceptara el gobierno de la abadía, en el año 520, después de la muerte de san Maximino. El nuevo abad hizo más con humildad y ejemplo que con mandatos; pero por su medio se restableció la primera disciplina y se elevó el tono sobrenatural del monasterio.
Se marchó de nuevo como ermitaño en la provincia francesa de Perche, en compañía de san Carileffo. Vivirán como en la primera época en la contemplación y penitencia, metidos en el alejamiento y el silencio. Pero tuvo tantos seguidores que tuvo que construir un monasterio y gobernarlo. Cuenta una leyenda que cuando pasaba hambre en el bosque, un roble cuyas bellotas no eran comestibles, se metamorfoseó en grosellero. Dicen que a ruegos de Avito, llegaron a soltar en Orleans a los presos de la cárcel. Y además hablan del ciego curado milagrosamente; y el mismo Lubin, el obispo de Chartres, relata la resurrección de un monje. Y con el rey Clodomiro, el hijo de Clodoveo y santa Clotilde, tuvo palabras de paz intercediendo por el preso rey de Borgoña, Segismundo y su familia. Después de muerto, refieren de él muchos milagros y le atribuyen bastantes victorias guerreras logradas por su intercesión. Chateaudrum y Orleáns se distribuirán posteriormente sus preciosas reliquias.
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