Martirologio Romano: Conmemoración de san Jeremías, profeta, que vivió en tiempo de Joaquim y Sedecías, reyes de Judá. Profetizó la ruina de la Ciudad Santa y la deportación del pueblo, sufriendo muchas persecuciones a causa de ello, por lo que la Iglesia lo considera figura de Cristo sufriente. Predijo, además, que la nueva y eterna Alianza alcanzaría su plenitud en el mismo Cristo Jesús; más aún, que, por medio de él, Dios Padre todopoderoso escribiría su ley en el corazón de los hijos de Israel, a fin de que Él mismo fuese su Dios y ellos fuesen su pueblo.
Pertenecía a una familia sacerdotal, instalada en Anatot, en las tierras de Benjamín. Fue discípulo del profeta Oseas. Fue llamado a profetizar por Dios en el años 627, durante el reinado de Josías, con el que colaboró en la reforma religiosa, luchando contra la vacuidad del culto que se hacía en el templo. A consecuencia de sus primeras profecías peligró su vida entre sus conciudadanos de Anathot y, al trasladarse a Jerusalén, su situación empeoró al amenazar al rey Joaquín por sus excesos. Profeta de la destrucción de Jerusalén y de la venida del Mesías. Tras la destrucción de Jerusalén siguió profetizando en Canaán hasta que se marchó a Egipto.
Su vocación profética se comprometió con la existencia, con la aventura del amor que tuerce el rumbo de una vida: “Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido” (Jer 20, 7). Vivió con dolor la destrucción de su pueblo a nivel moral y su exilio. Les animó para que volvieran al sendero que Yahvé les había marcado en la alianza del Sinaí. Se dice que a los 55 años fue lapidado en Egipto por los judíos. Su historia se encuentra en el libro de su nombre.
Pertenecía a una familia sacerdotal, instalada en Anatot, en las tierras de Benjamín. Fue discípulo del profeta Oseas. Fue llamado a profetizar por Dios en el años 627, durante el reinado de Josías, con el que colaboró en la reforma religiosa, luchando contra la vacuidad del culto que se hacía en el templo. A consecuencia de sus primeras profecías peligró su vida entre sus conciudadanos de Anathot y, al trasladarse a Jerusalén, su situación empeoró al amenazar al rey Joaquín por sus excesos. Profeta de la destrucción de Jerusalén y de la venida del Mesías. Tras la destrucción de Jerusalén siguió profetizando en Canaán hasta que se marchó a Egipto.
Su vocación profética se comprometió con la existencia, con la aventura del amor que tuerce el rumbo de una vida: “Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido” (Jer 20, 7). Vivió con dolor la destrucción de su pueblo a nivel moral y su exilio. Les animó para que volvieran al sendero que Yahvé les había marcado en la alianza del Sinaí. Se dice que a los 55 años fue lapidado en Egipto por los judíos. Su historia se encuentra en el libro de su nombre.
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