19 de mayo de 2015

Beatos JUAN DE CETINA y PEDRO DE DUEÑAS. M. 1397.

(Juan Lorenzo de Cetina). Dios es misericordioso. El que está en gracia de Dios. Admirable
Pedro: Piedra firme. Roca

Martirologio RomanoEn Granada, en la región hispánica de Andalucía, martirio de los beatos Juan Lorenzo de Cetina, presbítero, y Pedro de Dueñas, religioso, ambos de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, que fueron degollados por mano del propio monarca, al haber ido a aquel reino musulmán a predicar a Cristo.

Juan de Cetina (1350/60 - 1397). Nació en Cetina (Zaragoza), en el seno de una familia noble, venida a menos. Pasó sus primeros años en ambiente militar al servicio de un hombre de armas. Para darse a la oración, marchó al retiro de San Ginés, no lejos de Cartagena y allí permaneció varios años, hasta que decidió regresar a la comarca de Monzón donde recibió el hábito franciscano, y luego la ordenación sacerdotal. Destinado a Barcelona, perfeccionó allí sus estudios y la pastoral de su predicación. Será en Valencia su campo más fértil de apostolado y de ejemplar pobreza. Un día se difundió la noticia del martirio de cuatro franciscanos en Jerusalén (1391), y él no dudó en llegar a Roma, y pedir que le fuera permitido ir a  Palestina, pero no le concedieron, sino predicar entre los musulmanes del reino de Granada. 
Se retiró al convento de San Francisco del Monte, Córdoba, donde destacó por su austeridad, vida de sacrificio y milagros, hasta que fue destinado a Granada en 1397, junto con su compañero Pedro de Dueñas. Comenzaron su predicación exhortando a los musulmanes a abandonar el Islam y convertirse a Cristo. Se produjo un tumulto, fueron apresados y conducidos al cadí que los interrogó, y fueron enviados a casa de los mercaderes catalanes que les advirtieron de los peligros que corrían si seguían predicando, además que harían mucho daño a las buenas relaciones que en esos momentos había entre musulmanes y cristianos. Pero no hicieron caso y siguieron predicando, denunciando los errores del Islam. De nuevo fueron detenidos y encerrados en prisión, en ella predicaron a los cristianos que allí estaban y convirtieron a muchos. Fueron maltratados durante dos meses. Pero dentro de la prisión también se produjeron tumultos por parte de los musulmanes, con lo que fueron conducidos al rey, que los interrogó, y ellos se mantuvieron firmes en su fe, y mandó que fueran azotados duramente y, finalmente, el rey con su alfanje decapitó a Juan. Después intento de diversas maneras, con promesas, placeres y honores y bajo amenazas, que el joven Pedro apostatara de su fe. Al no conseguir sus fines, ordenó que también fuera azotado y decapitado.

Pedro de Dueñas (1378/80 - 1397). Según la opinión de E. Caro y del P. Darío Cabanelas, que nos parece la más probable, fray Pedro era natural de Bujalance, provincia de Córdoba; sus padres eran Alonso de Dueñas e Isabel Sebastián; el padre, a su vez, era natural de Dueñas, en el obispado de Palencia, de donde tomó el apellido que luego pasó a su hijo fray Pedro. Este se dedicaba a la labor del campo cuando sintió deseos de entrar en la orden franciscana, y, con la aquiescencia de su padre, se dirigió al convento de San Francisco del Monte.
Allí vistió el hábito franciscano, en el estado de hermano no clérigo, y se distinguió por su humildad y sencillez; tendría unos dieciocho años. Tuvo como maestro de noviciado a Juan de Cetina. Cuando fray Pedro terminó el noviciado e hizo la profesión, fray Juan le comunicó su deseo de que le acompañara a predicar a los musulmanes de Granada. Aunque la comunidad de San Francisco del Monte puso reparos a los deseos de fray Juan, por la juventud de fray Pedro y su corta experiencia en la vida religiosa, acabó otorgando su licencia, y, desde ese momento, las vidas y martirio de estos varones de Dios discurrirán juntas.
Sus cuerpos fueron arrojados a un muladar, donde fueron recogidos por los cristianos que los enviaron a los conventos franciscanos de Sevilla y Córdoba, y a la catedral de Vich. Su culto fue confirmado el 26 de agosto de 1731 por el papa Clemente XII.

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