(Gerardo de Villamagna).
Audaz con su lanza; guardián valiente.
Martirologio Romano: En Villamagna, cerca de Florencia, en la Toscana, conmemoración del beato Gerardo Mecatti, quien, siguiendo las huellas de san Francisco, distribuyó sus bienes entre los pobres y, retirándose a un lugar desierto, por amor de Cristo se dedicó a acoger a peregrinos y a ayudar a los enfermos.
Nacido en Villamagna (Florencia). Hijo de campesinos, se quedó huérfano a los 12 años. Repartió todos sus bienes entre los pobres, y así quedó libre para viajar dos veces a Palestina para venerar los Santos Lugares de la Redención. Pasó por diversas aventuras que por fortuna terminaron con final feliz. Durante una peregrinación a Palestina, cayó prisionero de los turcos, sufriendo los más duros maltratos. Regresó a Villamagna, y se instaló junto a una iglesita no lejos de la vivienda.
Las peripecias del joven no habían terminado. Un año después se hizo a la mar nuevamente con un grupo de veinte caballeros, dirigiéndose a Siria, y aquella vez fueron los piratas quienes les hicieron difícil el viaje y precaria la vida.
Regresó por segunda vez a Palestina, acompañado por otro ermitaño, y durante siete años se consagró plenamente a la oración y al ejercicio de la caridad, especialmente hacia los enfermos y peregrinos al servicio de los caballeros de San Juan de Jerusalén, hasta cuando se dio cuenta de que era objeto de manifestaciones de veneración, a las cuales él quiso huir por humildad.
De regreso en Italia, quiso conocer a san Francisco de Asís de cuyas manos recibió el hábito de Terciario. San Francisco le aconsejó que continuara con su vida eremítica y regresó a su oratorio junto a Villamagna, esta vez para no moverse más. Mejor, para moverse todavía más a menudo, hasta la altura mayor de la colina florentina del Encuentro, en medio de espesos bosques, donde Gerardo construyó con sus propias manos otro oratorio dedicado a la Virgen.
Obró algunos milagros: una vez hizo encontrar ciruelas maduras en el árbol para satisfacer los deseos de un enfermo; otra vez debiendo transportar material para la construcción del propio eremitorio, y rehusando prestarle los bueyes un campesino, encontró súbitamente dos pares de becerros, que, dóciles, lo transportaron a donde él indicó. Cada semana visitaba en piadosa peregrinación tres santuarios, en sufragio de las almas del purgatorio, para obtener la remisión de los pecados y por la conversión de los infieles. Murió con fama de taumaturgo. Sus restos reposan en la iglesia del Beato Gerardo de Villamagna. El papa Gregorio XVI confirmó su culto el 18 de marzo de 1833.
Nacido en Villamagna (Florencia). Hijo de campesinos, se quedó huérfano a los 12 años. Repartió todos sus bienes entre los pobres, y así quedó libre para viajar dos veces a Palestina para venerar los Santos Lugares de la Redención. Pasó por diversas aventuras que por fortuna terminaron con final feliz. Durante una peregrinación a Palestina, cayó prisionero de los turcos, sufriendo los más duros maltratos. Regresó a Villamagna, y se instaló junto a una iglesita no lejos de la vivienda.
Las peripecias del joven no habían terminado. Un año después se hizo a la mar nuevamente con un grupo de veinte caballeros, dirigiéndose a Siria, y aquella vez fueron los piratas quienes les hicieron difícil el viaje y precaria la vida.
Regresó por segunda vez a Palestina, acompañado por otro ermitaño, y durante siete años se consagró plenamente a la oración y al ejercicio de la caridad, especialmente hacia los enfermos y peregrinos al servicio de los caballeros de San Juan de Jerusalén, hasta cuando se dio cuenta de que era objeto de manifestaciones de veneración, a las cuales él quiso huir por humildad.
De regreso en Italia, quiso conocer a san Francisco de Asís de cuyas manos recibió el hábito de Terciario. San Francisco le aconsejó que continuara con su vida eremítica y regresó a su oratorio junto a Villamagna, esta vez para no moverse más. Mejor, para moverse todavía más a menudo, hasta la altura mayor de la colina florentina del Encuentro, en medio de espesos bosques, donde Gerardo construyó con sus propias manos otro oratorio dedicado a la Virgen.
Obró algunos milagros: una vez hizo encontrar ciruelas maduras en el árbol para satisfacer los deseos de un enfermo; otra vez debiendo transportar material para la construcción del propio eremitorio, y rehusando prestarle los bueyes un campesino, encontró súbitamente dos pares de becerros, que, dóciles, lo transportaron a donde él indicó. Cada semana visitaba en piadosa peregrinación tres santuarios, en sufragio de las almas del purgatorio, para obtener la remisión de los pecados y por la conversión de los infieles. Murió con fama de taumaturgo. Sus restos reposan en la iglesia del Beato Gerardo de Villamagna. El papa Gregorio XVI confirmó su culto el 18 de marzo de 1833.
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