(Antonio Ghislieri).
Piadoso, bueno.
Se llamaba Antonio Ghislieri y nació en Bosco Marengo en Alessandria (Italia), en el seno de una humilde familia de campesinos. A los 14 años ingresó en los dominicos observantes de Voghera y tomó el nombre de Miguel Alejandrino; fue enviado a Bolonia, donde se doctoró y, fue ordenado sacerdote en 1528, en Génova. Enseñó Teología en varios lugares, durante 16 años de éxitos; se distinguió en el gobierno de la provincia dominicana lombarda; fue nombrado inquisidor en la diócesis de Como y tuvo que huir para salvar su vida porque lo quería matar un mercader al que había denunciado por difundir libros protestantes. Marchó a Roma en 1550, donde consiguió la destitución del obispo de Bérgamo por falta de ortodoxia, y una vez más tuvo que huir de Roma para salvar su vida. Fue nombrado inquisidor de toda Lombardía por el papa Julio III. Con 50 años, fue elegido obispo de Sutri y Nepi. En el 1557, fue creado cardenal (denominado el "cardenal alejandrino") e Inquisidor general del mundo cristiano por Pablo IV (más tarde cayó en desgracia bajo Pío IV). Fue trasladado a la sede de Mondovi donde llevó a cabo las reformas tridentinas: restableció la paz, reformó los abusos y restauró el esplendor de aquella Iglesia.
A pesar de su oposición, fue elegido Papa en 1566, tras una agitado cónclave en el que patrocinó su elección san Carlos Borromeo, sobrino del difundo Pío IV. Le ayudaron en su pontificado los santos Pedro de Alcántara, Felipe Neri, Francisco de Borja, Juan de Dios, Catalina de Ricci y Teresa de Jesús.
De carácter austero y severo, fue el hombre justo para combatir la falta de disciplina de muchos ambientes eclesiásticos e incluso de la curia romana. Emprendió en la ciudad de Roma una reforma de las costumbres, inspirada al par en la caridad con los humildes y la justicia inflexible con los poderosos, imponiéndose a sus adversarios por su severidad, intransigencia y santidad personal. Fundó nuevos montes de piedad y favoreció los que había fundado el franciscano Bernabé de Terni. Aplicó con energía los decretos del concilio de Trento (que él concluyó), publicó el famoso "Catecismo" que lleva su nombre, mientras, vivió como un religioso en el Vaticano: celebrando misa diaria (cosa inusual para la época), muy caritativo y rezando el rosario. Decidió que las sumas que se gastaban en las fiestas fueran a parar a los pobres: "Los bienes de las iglesia, son de los necesitados". Abolió las corridas de toros en Roma por considerarlas una diversión pagana; desterró de la misma ciudad a los vagos y castigó con severidad la profanación de los días festivos y las blasfemias. Invalidó y decretó nulos los testamentos hechos por eclesiásticos a favor de sus hijos bastardos; revocó el permiso que tenían los alemanes para comulgar bajo las dos especies; ordenó quitar las sepulturas que se alzaban en forma de mausoleo en medio de las iglesias. Su reforma litúrgica, con la publicación del "Misal Romano" y el "Breviario", implicaba todas las demás en los diferentes sectores: prescribió la residencia de los obispos, la clausura de los religiosos, las visitas pastorales de los obispos, el celibato y la castidad de la vida del clero y, por fin, la "Summa Theologica" de santo Tomás como texto para las universidades. Fundó la Congregación para el Índice. Ayudó generosamente a los caballeros de Malta cuando fueron sitiados por los turcos. En una época de escasez en Roma, importó grano a sus propias expensas desde Sicilia y Francia
En su gobierno chocó con soberanos católicos como el emperador Maximiliano II de Alemania, por la cuestión luterana; igualmente con Carlos IX, por la cuestión de los hugonotes; por fin, con Isabel I de Inglaterra, a la que envió un decreto de destitución en 1569 y el apoyo a María Estuardo (provocando la reacción de la reina contra los católicos, con la consecuencia de la excomunión por parte del Papa: "Regnans in excelsis", 1570. También fue inflexible en la lucha contra las herejías, pero al mismo tiempo delicado con las personas: por ejemplo, con Bayo, a quien condenó, 79 proposiciones (sin citar expresamente ni su nombre ni su obra) en 1567. Sus oraciones y su confianza en María, Auxilio de los Cristianos, acompañaron el triunfo de Lepanto (1570), y desde entonces se extiende la advocación del rezo del Rosario en todo el mundo católico. El mismo Solimán decía: "Tengo más temor de las oraciones del Papa que del ejército del emperador Maximiliano". Tuvo una dolorosa muerte, a causa de unos cálculos renales, que supo vivirla con paciencia. Está enterrado en la basílica romana de Santa María la Mayor. Fue canonizado por el papa Clemente XI el 22 de mayo de 1712. MEMORIA FACULTATIVA.
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