San Doroteo de Gaza fue encargado de su formación. Este gran maestro no le introdujo de lleno en la práctica de la regla como a los demás monjes (que ya llevaban varias decenas de años en el monasterio); fue poco a poco: una vez le prohibió una cosa, otra vez le mandaba otra. Luego le corregía en algo que no ha hecho. Después le premiaba un detalle en el que Dositeo no ha caído... Las raíces de la humildad que intenta inculcarle tenían que ser muy hondas.
Le nombraron enfermero del monasterio. Allí ejercitó la caridad de forma admirable. Su débil salud le impidió ayunar y esto escandalizó a sus hermanos monjes, pero el abad le consideró un gran santo porque había renunciado completamente a la propia voluntad.
San Doroteo intentó privarle de las cosas más imprescindibles: de sus instrumentos de trabajo para que su desprendimiento fuera total. Le sometió a las más duras pruebas de obediencia y anonadamiento. Hasta en las cosas más sencillas y vulgares debía procurar olvidarse de sí mismo y renunciar a ellas por voluntad de Dios... Cuando se sintió enfermo y le pidió permiso al nuevo abad que era Doroteo para poder morirse. Este le contestó: "Vete ya, amado de mi alma, y ruega a su Majestad por todos nosotros...". Ha quedado como modelo de abnegación de la propia voluntad en la vida de los religiosos contemplativos.
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