Martirologio Romano: Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando, en la ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: "Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo". María contestó: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra".
Y así, llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.
Y así, llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.
Es una fiesta conjunta de Cristo y de María; del Verbo que se hace hijo de María y de María que se convierte en Madre de Dios. Se celebra el “sí” salvador del Verbo encarnado, y el “sí” generoso de nuestra Eva, virgen fiel y obediente.
«He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra». El mundo no iba a tener un Salvador hasta que ella hubiese dado su consentimiento a la propuesta del ángel. Lo dio y he aquí el poder y la eficacia de su ¡Fiat! (hágase). En ese momento, el misterio de amor y misericordia prometido al género humano miles de años atrás, predicho por tantos profetas, deseado por tantos santos, se realizó sobre la tierra. En ese instante, el Verbo de Dios quedó para siempre unido a la raza humana: el alma de Jesucristo, producida de la nada, empezó a gozar de Dios y a conocer todas las cosas, pasadas, presentes y futuras; en ese momento Dios comenzó a tener un adorador infinito y el mundo un mediador omnipotente y, para la realización de este gran misterio, solamente María es escogida para cooperar con su libre consentimiento.
Esta fiesta es una de las más antiguas celebraciones litúrgicas sea en Oriente como en Occidente y la festividad del 25 de marzo se sitúa, en un principio, por la convicción que hubo, entre ellos san Agustín, que la muerte de Cristo se produjo un 25 de marzo y citando al santo de Hipona en su obra “De Trinitate” (4:5) declara que Jesús fue «ejecutado el 25 de marzo, el mismo día del año que aquél en que fue concebido» («Octavo enim kalendas aprilis conceptus creditur quo et passus»).
Con el día 25 de marzo, llegó a ser el punto de partida de todo lo que podría llamarse ciclo de Navidad. Si Nuestro Señor se encarnó el 25 de marzo, era natural suponer que naciera el 25 de diciembre; su circuncisión seguiría el 1° de enero y su presentación en el templo y la purificación de su Madre, el 2 de febrero, cuarenta días después de aquél en que los pastores se reunieron en Belén, alrededor del pesebre. Más aún, ya que el día de Anunciación era «el sexto mes para Isabel, la que se decía estéril», el nacimiento de san Juan Bautista se produciría tan sólo una semana antes de terminar junio.
Esta fiesta es una de las más antiguas celebraciones litúrgicas sea en Oriente como en Occidente y la festividad del 25 de marzo se sitúa, en un principio, por la convicción que hubo, entre ellos san Agustín, que la muerte de Cristo se produjo un 25 de marzo y citando al santo de Hipona en su obra “De Trinitate” (4:5) declara que Jesús fue «ejecutado el 25 de marzo, el mismo día del año que aquél en que fue concebido» («Octavo enim kalendas aprilis conceptus creditur quo et passus»).
Con el día 25 de marzo, llegó a ser el punto de partida de todo lo que podría llamarse ciclo de Navidad. Si Nuestro Señor se encarnó el 25 de marzo, era natural suponer que naciera el 25 de diciembre; su circuncisión seguiría el 1° de enero y su presentación en el templo y la purificación de su Madre, el 2 de febrero, cuarenta días después de aquél en que los pastores se reunieron en Belén, alrededor del pesebre. Más aún, ya que el día de Anunciación era «el sexto mes para Isabel, la que se decía estéril», el nacimiento de san Juan Bautista se produciría tan sólo una semana antes de terminar junio.
Durante el pontificado del Papa san Sergio, al final del Siglo VII, encontramos que la Anunciación, junto con otras tres fiestas de Nuestra Señora, se celebraba litúrgicamente en Roma. De aquí en adelante, la fiesta, reconocida en los sacramentarios de Gelasio y Gregorio, fue gradualmente aceptada en todo el Occidente, como parte de la tradición romana.
A esta celebración se une las advocaciones marianas de la Anunciación de Nuestra Señora y la Encarnación de Nuestra Señora. SOLEMNIDAD.
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