Que no tiene culpa. Puro.
Se llamaba Juan Scalvinoni y nació en Niardo en Valcamónica (Brescia) en el seno de una familia campesina. Frecuentó la escuela de Lovere y muy pronto solicitó su ingreso en el seminario de Brescia en donde fue ordenado sacerdote en 1867.
Fue destinado como coadjutor a Cevo, teniendo la suerte de que su párroco era un santo sacerdote que le ayudó en su vida espiritual hacia la santidad. Todo el mundo lo quería por su bondad, manifestada en la pobreza, en la humildad, en la caridad, que dedicó especialmente a los enfermos, en su gran labor como confesor y catequista.
Fue destinado como vicedirector del seminario, pero pidió a su obispo el traslado a la vida parroquial, porque no se hallaba a sí mismo en las tareas de superior; fue destinado a Berzo, donde volvió a brillar en la santidad, aunque él mismo se iba dando cuenta que tampoco la vida parroquial era su auténtica vocación y así, en 1874, después de superar muchas dificultades ingresó en los capuchinos, donde también hallaría problemas para encontrar su puesto exacto.
Al hacerse religioso tomo el nombre de Inocencio de Berzo, el último pueblo donde había ejercido como párroco. Fue a Albino, luego al convento de la Santísima Anunciata, como vice-maestro de novicios; en 1880 fue asignado a la redacción de los "Anales franciscanos" en Milán. Después fue a Cremona, llevando a todas partes la irradiación de su santidad. Nuevamente destinado al convento de la Santísima Anunciata, donde encontró lo que su espíritu anhelaba: ser santo a toda costa. En el solitario convento tenía modo de sumergirse en aquella unión con Dios que era acorde con su temperamento, secundar su intensa ansia de sacrificio, de penitencia y de ocultamiento. Su ideal era anularse y hacerse olvidar, el ejercicio de prolongadas horas de oración y de contemplación, el desempeño de los humildes oficios del ministerio sacerdotal y de aquellos todavía más humildes de la vida conventual, como la petición de limosna de casa en casa, con la predicación del buen ejemplo y de una buena palabra. La belleza de su alma se transparentaba a través de estas manifestaciones.
Predicó cursos de ejercicios espirituales a sus cohermanos, en los cuales derramó la abundancia de su espíritu franciscano. En este ministerio de la predicación de ejercicios espirituales debió imponerse violencia, pues no se consideraba capaz de nada.
Murió a los cuarenta y seis años, en la enfermería del convento de Bérgamo. Sus paisanos de Berzo reivindicaron el cuerpo de este auténtico hijo de san Francisco. Fue beatificado por san Juan XXIII el 12 de noviembre de 1961.
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