30 de enero de 2015

Santa JACINTA MARESCOTTI. (1585-1640).

(Clarisa Marescotti. it.: Giacinta Marescotti)
Volverse famoso.

Martirologio Romano: En la ciudad de Viterbo, en el Lacio (hoy Italia), santa Jacinta Mariscotti, virgen, de la Tercera Orden Regular de San Francisco, la cual, después de perder quince años entregada a vanos deleites, abrazó con ardor la conversión y promovió confraternidades para consolar a los ancianos, fomentando el culto a la Eucaristía.

Nació en Vignanello, Viterbo, en el seno de una familia burguesa. Se llamaba Clarisa. Su hermana mayor era religiosa del monasterio de San Bernardino en Viterbo, pero ella no manifestaba ninguna inclinación hacia el convento, sino todo lo contrario, amaba las fiestas, donde pudiera presumir. Su padre, preocupado de tanta mundanidad, la hizo ingresar en un convento franciscano, donde tomó el nombre de Jacinta. Si bien no se opuso,  también es verdad que dijo: "Mírame religiosa, pero yo intento vivir según mi condición social". 
Su estancia en el convento durante diez años fue la de una religiosa, que vivía como una princesa. Un día se puso enferma y su confesor se negó a confesarla por su falta de vida espiritual, esto la hizo pensar y cambió su vida tan radicalmente que se hizo santa, ejercitando la humildad, la oración, la paciencia y la penitencia. El Señor dio señales patentes de su presencia en Jacinta, dotándola en vida de carismas celestiales. Se impuso el sacrificio de no volver a ver a sus parientes y amigos mientras no se lo ordenara la abadesa, para practicar de esta manera la virtud de la obediencia que tantas veces había despreciado; Jesucristo sufriendo por nosotros en la cruz, será desde ahora su único pensamiento y su único amor.
Jacinta poseía la virtud de la humildad en sumo grado. Rica en todos los dones de la naturaleza y de la gracia, verdaderamente santa a los ojos de Dios y de los hombres, se consideraba la mujer más pecadora. La más pobre hermana conversa tenía un hábito mejor que el suyo y una habitación menos pobre. Aprovechaba todas las ocasiones que se le ofrecían para ejercitar la virtud santa de la humildad. Frecuentemente iba al refectorio con una cuerda echada al cuello, y en estas condiciones besaba los pies a las religiosas, pidiéndoles perdón por los escándalos que les había dado con su mala vida pasada. Cuando la nombraron vicesuperiora del convento y maestra de novicias, tuvieron que imponérselo por obediencia, pues ella no quería aceptarlo, pretextando que, no sabiendo gobernarse a sí misma, mal podía gobernar a las demás.
Durante diecisiete años fue atacada de cólicos casi continuos, producidos por las malas comidas a las que se había sometido y por las austeridades excesivas que se había impuesto. El demonio, que veía con furor cómo esta alma privilegiada se le escapaba de las manos, ensayó contra ella toda clase de tentaciones y astucias; pero los poderes del infierno no prevalecieron contra la esposa de Cristo, sostenida por el amor de su Dios y la gracia del Espíritu Santo, las largas meditaciones al pie del Crucificado, la lectura de los buenos libros y los sabios consejos de su confesor el P. Bianchetti.
Sentía hacia los pecadores una inmensa piedad, que se traducía en palabras y oraciones tan tiernas, que no podían menos de prometerle la enmienda y la vuelta al seno de la Iglesia. Entre los pecadores de Viterbo sobresalía Francisco Pacini, hombre atrevido, poderoso y deshonesto, a quien la santa no solamente convirtió al Señor y lo convenció a llevar una vida de ermitaño, sino que fue en lo sucesivo su principal colaborador en la organización y desarrollo de las dos Cofradías por ella fundadas: la Compagnia dei Sacconi (o Cofradía de los encapuchados de Viterbo), que santa Jacinta fundó en 1636. El fin de la Cofradía era procurar el cuidado material de los enfermos y ayudarles a bien morir espiritualmente. La Congregación de los oblatos de María, fundada también por Jacinta en 1638, para ancianos e inválidos.
Sería muy largo enumerar aquí todas las conversiones que consiguió la Santa; los conventos que ella reformó por medio de severas cartas dirigidas a superioras demasiado remisas en el cumplimiento de sus obligaciones; las villas donde la fama de su santidad cambió en reuniones piadosas las asambleas mundanas y frívolas. De todas partes le pedían consejos y oraciones. 
Dios quiso recompensar ya a su sierva en este mundo concediéndole el don de profecía, de milagros, de penetración de los corazones, abundantes éxtasis y arrebatos espirituales y otros favores que sería largo enumerar aquí. Una vida tan rica en méritos y en virtudes no podía ser coronada más que con una muerte preciosa delante del Señor. Fue canonizada por Pío VII el 24 de mayo de 1807.

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