15 de enero de 2015

San JUAN CALIBITA. M. c. 450.


Dios es misericordioso. El que está en gracia de Dios. Boca de oro. Admirable.

Martirologio Romano: En Constantinopla (Estambul, hoy en Turquía), san Juan Calibita, del que se cuenta que vivió un tiempo en un rincón de la casa paterna y después en una choza (kalyba), completamente dado a la contemplación, pasando desapercibido ante sus propios padres, que en el momento de su muerte sólo le reconocieron por un ejemplar del Evangelio adornado en oro que ellos mismos le habían regalado.

Nació en Constantinopla, en el seno de una rica familia, sus padres, Eutropio, senador y general del ejército, y Teodora, personaje de la más alta aristocracia bizantina, habían orientado a sus dos primeros hijos en puestos honoríficos; pero Juan, el tercero, hombre de gran ingenio y extraordinariamente volcado a la piedad, desde que tuvo doce años y hasta el fin de los estudios de retórica, tuvo contacto en la escuela con un monje acemeta venido de Jerusalén; cuando éste regresaba a los santos lugares, sintiendo la llamada del Señor, a los 20 años, huyó con él al gran monasterio de los acemetas, que se encontraba en ese momento en la orilla asiática del Bósforo, en la localidad llamada Ireneo, que había sido fundada, hacia el 420, por el hegúmeno Alejandro de Gomón.  
Esta comunidad había alcanzado su máxima prosperidad y celebridad bajo el segundo sucesor de Alejandro, san Marcelo “el Acémeta”, quien acogió a Juan. La comunidad tenía como regla y bandera el Evangelio, del cual todo monje debía llevar siempre consigo una copia; Juan se había procurado una ya en Constantinopla, mientras esperaba huir con el monje cuando éste volviera a Jerusalén. Sus padres, ignorando la intención por la que su hijo quería tener el Evangelio, le habían regalado una copia con escritura dorada, miniado, y recubierto de oro y piedras preciosas, que fue quien le procuró a nuestro santo el apodo de “El del Evangelio de oro”.
Después de seis años de permanencia en el monasterio de los acemetas, Juan lo abandonó para obedecer a una segunda llamada divina, y, cambiando sus hábitos con el de un mendigo, regresó a su casa. Había cambiado tanto su aspecto que sus padres no le reconocieron. Vivió de limosnas en una pequeña choza "calybe" cercana a su casa, hasta su muerte; sus padres le reconocieron por un Evangelio con tapas doradas, regalo de su madre, que llevaba siempre consigo. 
Esta revelación y la santa muerte de Juan provocaron un enorme cambio en el ánimo de los padres, que transformaron su enorme palacio en un albergue para acoger peregrinos, en el cual ellos mismos servían a los que se alojaban; y en el lugar de la choza donde su hijo había vivido por tres años, erigieron una iglesia que existía ya en el 468, en tiempos del famoso incendio que destruyó una parte de la ciudad imperial. La leyenda lo identifica con san Alejo. 

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