Martirologio Romano: En Roma, en el convento de San Buenaventura, en el Palatino, san Leonardo de Porto Maurizio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, desbordante de celo por las personas, empleó casi toda su vida en la predicación, en la edición de libros de piedad y en dar más de trescientas misiones en la Urbe, en la isla de Córcega y por toda Italia septentrional.
Se llamaba Paolo-Girolamo de Casa-Nuova y había nacido en Porto Maurizio, Liguria (actualmente Imperia). Formado en Roma, en el Colegio Romano, ingresó en los franciscanos cuando vio a dos franciscanos descalzos, humildes y modestos. Se quedó prendado y los siguió, como atraído por una fuerza misteriosa. Realizó el noviciado en el convento de Santa María de las Gracias, en Ponticelli in Sabina, cambiando su nombre por el de Leonardo; cuando emitió sus votos solemnes fue destinado al convento de San Bonaventura al Palatino, para prepararse para el sacerdocio. Quiso ir de misiones, por su deseo de martirio, pero se dedicó a las misiones populares por toda Italia. Ordenado sacerdote en 1702, ejerció como profesor de Filosofía, pero una tuberculosis hizo que lo destinaran a Nápoles y después a su pueblo natal para su restablecimiento. Recobró la salud gracias a la intercesión de María, y le prometió dedicarse por entero a la conversión de las almas.
Empleó su tiempo en convertir a los demás. Fue un ejemplo por su oración y su vida de penitencia. La pasión de Cristo era el centro de sus homilías y prédicas; y la práctica de piedad más recomendada el Vía Crucis, que gracias a él se hizo devoción universal, y propagó la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Dejó escritas obras de naturaleza homilética, ascética y mística.
Nunca entró en polémicas, como gustaban los religiosos de su tiempo, contra las nuevas ideas que se acercaban. Su campo de acción fue principalmente la Toscana y Córcega, donde fue enviado a restablecer la disciplina en los conventos de la Orden, donde llegó a ser guardián. San Alfonso María de Ligorio dijo que "es el más grande misionero de nuestro siglo". Fue llamado a Roma y allí en el 1750, preparó el clima espiritual para el Jubileo, plantando una cruz en el Coliseo y así salvarlo de su destrucción. Fue él quien propuso la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, mediante una consulta epistolar con los pastores de la Iglesia. Está enterrado en la iglesia de San Buenaventura de Roma, donde murió. Fue canonizado en 1867 por Pío IX. Es patrono de los misioneros en los países católicos.
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