Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, santa María Francisca de las Llagas de Nuestro Señor Jesucristo (Ana María) Gallo, virgen de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que fue admirable por soportar muchas y continuas pruebas, mostrando una gran paciencia, penitencia y amor a Dios y a las almas.
Ana María Gallo nació en Nápoles, en el seno de una familia de clase media. Algunos meses antes de su nacimiento predijeron su santidad los beato Francisco de Jerónimo y Juan José de la Cruz. Su padre era brutal y ávido y la trató con particular dureza, cuando rechazó casarse con el hombre que le había elegido. Se hizo Terciaria franciscana de la reforma alcantarina, en 1731, gracias a que un religioso franciscano convenció a su padre. Cambió su nombre por del de María Francisca de las Cinco Llagas de Nuestro Señor Jesucristo. Las intransigencias de su padre le dieron el amor a la Pasión de Cristo y las brutalidades de sus hermanas hicieron de su santidad, un trabajo colectivo. Continuó viviendo en su casa hasta que encontró trabajo como gobernanta de un sacerdote, puesto que ocupó durante 38 años.
Una vez que hubo profesado, se quedó a trabajar en la tienda de su padre, que no desaprovechó momento para desatar sobre ella su ira, lo mismo que el resto de la familia. A pesar de ello, cuando su padre enfermó, María Francisca pidió a Dios que le concediese la gracia de sufrir los padecimientos de su padre. Se dedicó a la oración sobre todo por los difuntos.
El cardenal arzobispo José Spinelli, para poner a prueba su virtud, la encomendó por siete años a la dirección espiritual del párroco Mostillo, quien parecía ser de tendencias jansenistas. María Francisca fue devotísima de la Pasión del Señor y de María bajo el título de "Divina Pastora", cuyo conocimiento y culto difundió. Favorecida con varios carismas sobrenaturales, como la profecía y las visiones, fue vista a menudo arrobada en éxtasis. Gozó de la familiaridad de almas santas contemporáneas suyas: Sor Magdalena Sterlicco y el barnabita el beato Francisco Javier María Bianchi, a quien predijo el honor de los altares.
Extasis, arrobamientos, profecía le eran familiares. Vivía ya de las cosas sobrenaturales, incomprendida, perseguida, tratada como visionaria fue sometida a exámenes de parte de las autoridades eclesiásticas. En 7 años de duro martirio soportó todo con inalterada mansedumbre. Dios le concedió gracias extraordinarias, entre ellas, la del matrimonio místico y la estigmatización.
Asistida por muchos religiosos fieles, fortalecida con la Eucaristía recibida como viático, expiró serenamente en su celdita a la edad de 76 años en Nápoles. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Lucía al Monte, donde es venerada al lado del sepulcro de san Juan José de la Cruz. Fue canonizada en 1867 por el beato Pío IX.
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