Martirologio Romano: En Muro, de Lucania, san Gerardo Mayela, religioso de la Congregación del Santísimo Redentor, que, lleno de amor por Dios, abrazó un género de vida austera y, consumido por el celo por Dios y las almas, aún joven descansó en el Señor.

Cuando logró alcanzar a los misioneros, el padre Cáfaro no fue capaz de hacer otra cosa que enviarlo al noviciado de Deliceto, Foggia, con esta nota para el superior: “Ahí le envío un hermano inútil, una boca más que alimentar; pero no he podido desentenderme de él”. Durante el noviciado fue nombrado sacristán y sastre, porque el trabajo en el campo le resultaba muy fatigoso. Su vida estuvo polarizada en la devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen de la Consolación. En 1752, profesaba como hermano coadjutor.
En 1753 comenzó a tomar parte en la actividad misionera de los Redentoristas en Campania, Basilicata y Apulia, con Deliceto, Foggia, Potenza, Nápoles y Materdomini, como centros más representativos. En este trabajo, que duró los tres últimos años de su vida, resaltó su celo apostólico, penitencias corporales, oración y don taumatúrgico. Fomentó las vocaciones religiosas. Llegó a ser -cosa insólita para un hermano lego sin formación académica- consejero espiritual de las monjas carmelitas de Ripacandida, de las benedictinas de Corato de Atella y de María Celeste Crostarosa.
Una joven, le acuso calumniosamente. Él no se defendió. San Alfonso, creyéndole culpable, le prohibió la comunión y toda relación con las personas fuera del convento. Lo trasladó a un pueblecito cerca de Avellino. Gerardo, pensaba, que si Dios hubiera querido demostrar su inocencia, ninguno lo hubiera hecho mejor que Él, y por eso no dijo nada. Sufrió por no poder comunicarse, pero se calló; "Después de todo -el decía- basta que yo tenga a Dios en mi corazón". Él conocía bien las tentaciones de Satanás, y la única manera que conocía para vencerle era la humildad; por esto dejó que todos lo humillaran. Un día la mujer, que lo había calumniado, desmintió todas las acusaciones. Alfonso llamó a Gerardo; "¿Por qué, te has dejado calumniar así?" "Porque -respondió Gerardo- nuestra regla prohíbe la justificación, además era una buena ocasión para hacerme santo. Si la perdía, la perdía para siempre".
En Materdomini, hizo de sastre, de portero, y de recolector de limosnas para los pobres. Atendió de modo especial a los mendigos que acudían al convento a causa de la gran carestía de 1754-1755. Lo llamaban “padre de los pobres”.
Sus superiores le impusieron escribir sus exámenes de conciencia y dejó escrito: "Si yo me pierdo, pierdo a Dios, y ¿qué me queda de perder, si pierdo a Dios?" Murió de tuberculosis en Materdomini a los 29 años diciendo "Dios ha muerto por mí. Si a Él le gusta, yo quisiera morir por Él". Sobre su tumba se ha erigido un santuario que es lugar de peregrinación. Fue canonizado en 1904 por san Pío X.
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