Martirologio Romano: En el monasterio de monte San Ruperto (hoy Rupertsberg), cerca de Bingen, en Hesse, santa Hildegardis, virgen, que expuso y describió piadosamente en libros sus conocimientos experimentales, tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística.
Nació en Böckelheim, Hesse, Renania, en el seno de una familia rica y acaudalada, su padre era “ministerial” del obispo de Spira. Uno de sus hermanos llamado Drutwin fue muy famoso. Hildegarda fue una niña débil y enfermiza, y en consecuencia no recibió más que una poca educación en su hogar. A la edad de ocho años fue puesta bajo el cuidado de la beata Jutta, hermana del Conde Meginhard, que vivía como monja en el Disenberg (o Disibodenberg, la Montaña de San Disibod) en la Diócesis de Speyer. Tampoco aquí le fue dada a Hildegarda más que una mínima instrucción dado que era muy afligida por la enfermedad, estando con frecuencia escasamente capaz de caminar y a menudo privada incluso del uso de sus ojos. Se le enseño a leer y a cantar los salmos en Latín, lo suficiente para el canto del Oficio Divino, pero nunca aprendió a escribir. Más adelante fue investida con el hábito de San Benito e hizo su profesión religiosa. La beata Jutta murió en el año 1136, e Hildegarda fue designada superiora.
Fundó con un pequeño grupo el convento de Rupertsberg, cerca de Bingen y fue abadesa, a pesar de las dificultades que pusieron los monjes de Disibodenberg a esta fundación; cercana a este convento fundó otro filial el de Eibingen, en Rüdesheim (una característica de este monasterio es que tenía ¡agua corriente!). Se hizo famosa por sus profecías y visiones por lo que se la conoce como "La sibila del Rhin".
Es conocida su profecía sobre el futuro de la Iglesia: “Sucederá un cisma dividirá a todo el clero y toda la Iglesia. Y del mismo modo que la fe católica fue extendiéndose poco a poco, ascendiendo gradualmente hasta la verdad y la justicia, en esa época de afeminada frivolidad irá apartándose asimismo gradualmente de la ley, el orden y del reglamento. En este tiempo se irán hudiendo también los emperadores romanos. Su dominio va declinando paulatinamente porque ellos mismos se vuelven sucios e indolentes, serviles e impuros en las costumbres. Del pueblo exigirán todavía respeto y veneración, pero ellos no buscarán la dicha del pueblo, y por tanto éste tampoco podrá sostenerlos. Por eso muchos reyes y príncipes abandonaran en detrimento suyo el imperio romano. Cada región y cada tribu escogerá su propio rey. Y cuando de esta suerte se haya partido el cetro imperial, así también la Iglesia será rasgada. Pues como en ella no se encontrará ya religión alguna, tanto los príncipes como el resto de las personas despreciarán su autoridad. Se pondrán bajo la potestad de otros maestros o arzobispos, de manera que el Papa apenas mantendrá Roma y poco más de sus alrededores. Mucha gente se volverá hacia los usos y costumbres anteriores; pero no estará lejos el día en el que aquel hijo de la perdición y la infamia (el Anticristo) se pondrá de manifiesto, y se rebelará contra todo aquello que se denomina Dios, hasta que Éste por fin, con el aliento de su boca, lo extermine”.
Sus visiones fueron llevadas también a conocimiento de Eugenio II (1145-53) quién estaba en Trier (Tréveris) en el 1147. Albero de Cluny, Obispo de Verdun, fue comisionado para investigar e hizo un informe favorable. Hildegarda continuó sus escritos (las visiones las escribía un monje o una monja, según ella las relataba). Muchedumbres de personas se congregaron en torno a ella, provenientes de los alrededores y de todas partes de Alemania y la Galia, para escuchar palabras de sabiduría de sus labios, y para recibir consejo y ayuda en las dolencias corporales y espirituales.
Hildegarda fue la primera de las grandes místicas alemanas, poetisa, profetisa y médico buscó la forma de moralizar la política corrigiendo a papas y príncipes, obispos y laicos con total coraje e infalible justicia, y para estos menesteres tuvo que abandonar la clausura tres veces. Mantuvo correspondencia con san Bernardo de Claraval, papas, los emperadores Conrado III y Federico I. Viajó mucho por Alemania. Su obra principal es “Scivias Domini” o “Liber Scivias”, relato de sus visiones; también escribió “Liber Divinorum Operum”. También escribió numeras obras de medicina, música e historia. Se la considera la primera mujer que ejerció la medicina en Occidente. Calumniada por sus numerosos enemigos, fue defendida por san Bernardo y del papa el beato Eugenio III.
En el último año de su vida Hildegarda tuvo que atravesar una prueba muy dura. En el cementerio adyacente a su convento fue enterrado un joven que había estado una vez bajo excomunión. Las autoridades eclesiásticas de Mainz (Maguncia) exigieron que hiciera sacar el cuerpo. Ella no se consideró obligada a obedecer dado que el joven había recibido los santos oleos y se supone que estaba por consiguiente reconciliado con la Iglesia. Una sentencia de entredicho fue puesta sobre su convento por el capítulo de (Mainz) Maguncia, la sentencia fue confirmada por el obispo Christian (V) Buch que en ese momento se encontraba en Italia. Tras mucha preocupación y correspondencia logro que el entredicho fuera levantado. Murió de santa muerte y fue enterrada en la iglesia de Rupertsberg. Sus reliquias se conservan en el monasterio de Eibingen.
En diciembre de 2011, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de otorgar a santa Hildegarda el título de "Doctora de la Iglesia". El 10 de mayo de 2012 procedió a inscribirla en el catálogo de los santos y extender su culto litúrgico a la Iglesia universal, en una "canonización equivalente". Fue proclamada como Doctora de la Iglesia el 7 de octubre de 2012 por el papa Benedicto XVI.
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