Martirologio Romano: En Osimo, en la región Picena, en Italia, san José de Cupertino, presbítero de la Orden de Hermanos Menores Conventuales, célebre, en circunstancias difíciles, por su pobreza, humildad y caridad para con los necesitados de Dios.
Se llamaba José María Desa y nació en Cupertino, Lecce, dentro de un establo, porque su madre, Francisca, tuvo que refugiarse allí, a causa de un embargo por no poder pagar la vivienda. Su madre lo educó con dureza y alguna noche tuvo que dormir en el atrio de la iglesia como castigo. Esto le proporcionó gran fortaleza de carácter. Comenzó a ir a la escuela, pero pronto tuvo que abandonarla, por un tumor canceroso que se le produjo en una nalga, que lo tuvo inmovilizado durante más de cinco años, hasta que fue curado milagrosamente en el santuario de Santa María de las Gracias, en Galàtone, Puglia.
A los 17 años no sabía hacer nada. Trabajó como zapatero, pero fue despedido. Todo lo hacia mal. Sólo sabía orar y mortificarse. Quiso ser franciscano conventual, donde tenía dos tíos con la distinción de la Orden, pero lo rechazaron por ser demasiado ignorante, y los capuchinos le aceptaron como converso en el convento de Martina Franca, Taranto. Llegó a vestir en hábito en 1620, tomando el nombre de fray Esteban de Cupertino, pero hizo tantos desastres que lo expulsaron por su imbecilidad, (él dirá más tarde que sufrió muchísimo cuando le quitaron el hábito como si le hubieran quitado la piel). Después fue de nuevo franciscano conventual como converso en el convento de de Grotella cerca de Cupertino, donde adquirió el nombre de José, y le pusieron como guardador de mulas, pero, sus deficiencias corporales fueron compensadas ampliamente con relatos extraordinarios de oración y taumaturgia. Pero lo más asombroso en él era su obediencia. Humilde siempre ante los carismas que se le atribuían y paciente ante toda clase de pruebas y prohibiciones que se le impusieron. Era muy ignorante y apenas sabía leer y escribir, muy cerrado de mollera, todo se le caía, todo lo rompía y aprender los trabajos más simples le costaba meses.
Quiso ser sacerdote, y convenció a sus superiores de admitirlo en un seminario. Estudió por años, pero al final, de toda la Biblia, sólo sabía comentar una frase; en el examen, el obispo abrió el Evangelio y leyó justo aquella frase y por ello fue consagrado diácono, y más tarde, en 1628, sacerdote. Era un hombre que estaba continuamente en éxtasis, tuvo el don de la levitación. Un autentico milagro de la Providencia. Ernest Hello dice de él: "Si no hubiera existido, nadie hubiera sido capaz de inventarlo".
Sus éxtasis hicieron que fuera examinado por el Santo Oficio, pero no pudieron encontrarle ningún error, aunque su popularidad fue tan grande que la propia Inquisición pidió que le trasladaran a otros conventos o que le separasen de la comunidad, y siempre vigilado por algún miembro de la Inquisición y vivir alejado de la relación con los seglares. Desde ese momento hasta su muerte fue prisionero en manos de la Inquisición. Fray José obedeció sin lamentarse. Fue enviado a Roma y su general lo recibió con rudeza y le ordenó que se retirase al convento de Asís, donde llegó en 1639 y permaneció allí 13 años. Al principio sufrió muchas pruebas. Su superior lo llamaba hipócrita y lo trató con gran rigor. Por otro lado, Dios pareció haberlo abandonado, arrojándolo en tan profunda melancolía que apenas se atrevía a levantar los ojos. Pero también pudo encontrarse con gente de alta alcurnia europea: al príncipe Juan Casimiro Waza, le aconsejó que renunciara a ser jesuita para convertirse, en 1648, en rey de Polonia; Juan Federico de Sajonia, duque de Braunchweig-Lüneburg, que se convirtió al catolicismo en 1651.
De improviso el Santo Oficio le ordenó que, en 1653, trasladarse al convento de San Lázaro de los capuchinos en Pietrarubbia, Macerata, como prisionero en el convento sin poder salir de su celda, excepto para escuchar la Misa. Después le trasladaron, en las mismas condiciones al eremitorio capuchino de Fossombrone. Al ser informado el general de su situación, lo llamó a Roma, y teniéndole allí tres semanas, lo mandó de vuelta a Asís, donde en el camino de regreso experimentó las consolaciones que se habían apartado de él, y porque volvía entre los conventuales. Murió en Osimo en Le Marche, en el convento de San Francisco, donde le habían enviado, invocando a María: "Monstra te esse Matrem" (Muestra que eres mi Madre). Está enterrado en la capilla de la Inmaculada Concepción en la basílica de Ósimo. Fue canonizado en 1767 por el papa Clemente XIII. Desde 1969 su culto se ha limitado a los calendarios locales.
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