10 de septiembre de 2014

Beatos SEBASTIÁN KIMURA, FRANCISCO MORALES y 50 compañeros. M. 1622.


Martirologio Romano: En Nagasaki, de Japón, beatos Sebastián Kimura, de la Compañía de Jesús, Francisco Morales, de la Orden de Predicadores, presbíteros, y cincuenta compañeros mártires, entre sacerdotes, religiosos, matrimonios, jóvenes, catequistas, viudas y niños, todos los cuales murieron por Cristo, martirizados con crueles tormentos en una colina ante ingente multitud

Estos son sus nombres: Ángel Ferrer Orsucci, Alfonso de Mena, José de San Jacinto, Jacinto Orfanell Prades, presbíteros dominicos, y Domingo del Santo Rosario y Alejo, religiosos de la misma Orden; Ricardo de Santa Ana y Pedro de Avila, presbíteros de la Orden de Hermanos Menores, y Vicente de San José, religioso de la misma Orden; Carlos Spínola, presbítero jesuita, y Gonzalo Fusai, Antonio Kyuni, Tomás del Rosario, Tomás Akasboshi, Pedro Sampó, Miguel Saito, Luis Cavara, Juan Kingocu, religiosos también jesuitas; León Satzuma, Lucía de Freitas; Antonio Sanga, catequista, y Magdalena Sanga, cónyuges, con su hijo Pedro Sanga; Antonio de Corea, catequista, y María de Corea, cónyuges, con sus hijos Juan de Corea y Pedro Coray; Pablo Nagaisci y Tecla Nagaisci, cónyuges, con su hijo Pedro Nagaisci; Pablo Tanaca y María Tanaca, cónyuges; Domingo Yamanda y Clara Yamanda, cónyuges; Isabel Fernández, viuda del beato Domingo Georgi, con su hijo Ignacio Georgi; María Murayama Tocuan, viuda del beato Andrés Murayama Tocuan; Inés Takeya, viuda del beato Cosme Takeya; María Xoum, viuda del beato Juan Yoshida Xoum; Dominga Ongata, María Tanaura, Apolonia y Catalina de Fingo, viudas; Domingo Nagata, hijo del beato Matías Nacano Miwota; Bartolomé Xikiemon; Damián Yamitschi Tanda y su hijo Miguel Yamitschi Tanda; Tomás Xiquiro, Rufo Yachimoto; Clemente Vom y su hijo Antonio Vom.

Sebastián Kimura era nieto del primer japonés bautizado por san Francisco Javier. A los 18 años ingresó en los jesuitas y trabajó como catequista en Meaco: fue el primer japonés ordenado sacerdote. Después de dos años encarcelado en Ômura fue quemado vivo en Nagasaki junto al beato Carlos Spinola. 


Francisco Morales nació en Madrid en 1567; ingresó en los dominicos del convento de San Pablo de Valladolid. Estudió en el colegio de San Gregorio de la misma ciudad y cuando ya era sacerdote, enseñó Filosofía. 
En 1598 llegó a Manila donde trabajñ durante algunos años como profesor de Teología y predicador de los españoles. Al fundarse la misión dominica de Japón, fue nombrado superior de los religiosos que le acompañaron: los padres beatos Alfonso de Mena, Tomás Hernández, Tomás de Zumárraga y el hermano cooperador fray beato Juan de la Badía. Llegaron a Japón en 1602. Durante 20 trabajó en la misión japonesa de Satzuma donde trabajó muchísimo. En Nagasaki llegó a formar un núcleo activo integrado por varias cofradías y fomentó la ayuda a los misioneros y cristianos encarcelados. 
Arrestado en 1619, fue conducido a la pequeña isla de Ikinoshima y luego a la cárcel de Suzuta, en Ômura, desde donde envió cartas y mensajes con el fin de suscitar ayudas. El 10 de Septiembre, murió quemado vivo a fuego lento en la colina de Nishizaka o Nagasaki, junto a algunos compañeros.

Ángel Ferrer Orsucci era natural de Lucca (Italia) y nació en 1575. Era de una familia noble. Ingresó en los dominicos en Lucca, estudió Filosofía y Teología en el convento de La Quercia en Viterbo y recibió la ordenación sacerdotal en 1597. Realizó estudios especiales en Roma y se trasladó a Valencia para terminar sus estudios. Marchó como misionero a Filipinas en 1602 y allí ejerció el ministerio en Cagayán, Nueva Segovia, Bataán y Pangasinán. 
En 1618 fue destinado al Japón, donde llegó en compañía del beato padre Juan Martínez Cid de Santo Domingo para suplir el vacío de la muerte del beato padre Alfonso Navarrete. Su actividad no duró más que unos meses. Para evitar el arresto se disfrazó de caballero español y luego buscó refugio en la casa de un cristiano, beato Cosme Taquea, donde se dedicó a estudiar el japonés. Pero fue pronto descubierto y encarcelado en Suzuta, compartiendo prisión con su paisano jesuita beato Carlos Spinola. Durante cuatro años sufrió en la terrible prisión de Ômura fue quemado vivo en Nagasaki.

Alfonso de Mena nació en Logroño (1578) como su primo hermano beato Alonso Navarrete. Se hizo dominico en el convento de San Esteban de Salamanca en 1594, después de terminar los cursos de Filosofía se fue a las misiones orientales. En 1598 se encontraba en Manila dispuesto a realizar los estudios de Teología. Ordenado sacerdote, atendió pastoralmente a la colonia china de Binondo durante algún tiempo y, en 1602, fue destinado con el beato padre Francisco Morales y otros compañeros a la proyectada misión del Japón. Como hablaba chino, tuvo el privilegio de saludar al shogun Tokugawa Ieyasu y obtener permiso del señor feudal de Satsuma para construir una iglesia en Kyodomari, ampliar su radio de acción y crear comunidades en distintas poblaciones del señorío de Hizen. 
No obstante las desavenencias entre los distintos señores feudales cristianos provocó la persecución por parte del shogun. Aunque pudo realizar su labor en la clandestinidad, fue delatado por un espía y sacado de la casa de un cristiano, fue conducido con el padre Morales a la isla de Ikunoshima y luego a la cárcel de Suzuta. Enfermo de gravedad y “soportando paciente y alegremente los dolores”, casi ciego, fue llevado a la hoguera de Nagasaki, donde a fuego lento expiró. 

José de San Jacinto nació en Villarejo de Salvanés (Madrid) en 1580. Ingresó en el convento dominico de Santo Domingo de Ocaña (Toledo). Terminó sus estudios y ordenado sacerdote en el convento de San Pedro Mártir de Toledo y se marchó como misionero a Oriente. En 1605 se embarcó para Filipinas, vía Méjico, pero una enfermedad le obligó a permacer en este país durante dos años. Llegó a Manila en 1607, y fue destinado a Japón. 
Los tiempos eran difíciles e inició su apostolado en Kyodomari, luego fue enviado a Kyoto, entonces, capital de Japón, donde logró fundar residencia e iglesia, así como en la ciudad de Osaka. Incansable en sus correrias apostólicas superó numerosas dificultades; visió al shogun Tokugawa Dietada. Era vicario provincial de las misiones dominicas en Japón, y hablaba perfectamente  la lengua. Por culpa de cristianos poco ejemplares fue detenido y expulsado a Nagasaki, donde cayó enfermo, pero con ánimo de ayudar a los cristianos de Ômura. Aunque apresado y recluido en la cárcel de Suzuta, siguió exhortando y animando a los cristianos, y murió quemado a fuego lento en Nagasaki.

Jacinto Orfanell nació en La Jana (Castellón) en 1578, y le bautizaron con el nombre de Pedro. Se tituló en Artes en la universidad de Valencia y estudió Teología en Alcalá de Henares y Lérida. Entró en el convento de Santa Catalina de los dominicos de Barcelona, al morir su padre, donde cambió su nombre por el de Jacinto al profesar; continuó sus estudios de Teología en Tortosa y Valladolid. Enfermó gravemente y al curarse de forma milagrosa, como acción de gracias, se ofreció para las misiones en el Extremo Oriente, y, tras su ordenación sacerdotal, zarpó para Filipinas con destino a la misión de Japón en 1607; el viaje le repercutió en su salud y tuvo que esperar en Méjico casi dos años. 
En 1609, embarcó hacia Manila y fue enviado a Satsuma en el Japón. En Kyodomari realizó una eficaz labor misionera, logrando administrar el bautismo al samuray León Saisho Shichizayemon, luego protomártir de Kogoshima. A pesar de la persecución, desde 1613 (el shogun había ordenado la expulsión de los misioneros y condenando a pena de muerte a quienes desobedeciesen), recorrió como misionero itinerante varias provincias como Saga, Nagasaki, Arima, Kumamoto y Oita, vestido de japonés. Estaba en Oita cuando fue detenido y expulsado del Japón. 
Embarcó en Nagasaki, pero unos cristianos lo cogieron en altamar y lo devolvieron a tierra. Desde entonces realizó su labor en la clandestinidad. En estas condiciones volvió a recorrer las zonas evangelizadas y, sirviéndose de las asociaciones cristianas y de la Cofradía del Rosario, continuando con eficacia hasta 1621 su gira misionera. En medio de su actividad, pudo desde 1619 ir redactando lo que después sería su valiosa “Historia Eclesiástica de la Cristiandad de Japón”
Fue detenido en Nagasaki, en casa del beato Matías Mayazemón, junto a toda la familia de Matías, incluídos sus hijos de corta edad y el catequista nativo beato Domingo Tamba; fueron conducidos a la cárcel de Ômura. Allí permaneció durante un año en condiciones infrahumanas hasta el día en que fue quemado vivo junto con 28 cristianos más. Fue el último en morir mientra rezaba: “Jesús, María”. Sus restos fueron calcinados y esparcidos por la bahía de Nagasaki.

Ricardo de Santa Ana nació en Ham-sur-Heure, Bélgica, en 1585, en el seno de una familia española. A su nombre de bautismo añadió el nombre de Santa Ana, pues, por intercesión de la Santa, muy venerada en los países del norte de Europa, había sido sanado de graves lesiones sufridas de niño al ser atacado por un lobo. Por varios años ejerció el oficio de sastre en Bruselas. En 1604, la muerte trágica de un joven coetáneo determinó la crisis religiosa que lo llevó a abandonar su profesión para ingresar en la Orden de los Hermanos Menores en el convento de Nivellesi, donde en 1605 hizo la profesión solemne. 
 Fue enviado por los superiores a Roma para realizar algunas gestiones. Allí se encontró con Juan el Pobre, una de cuyas principales actividades era buscar hombres generosos para enviar como misioneros al Japón. Ricardo aceptó la propuesta y con el consentimiento de sus superiores pudo partir a las tierras de misión. 
 El viaje tuvo como primera etapa a México; de allí en 1611 desembarcó en Filipinas donde los superiores lo enviaron a estudiar Filosofía y Teología. En 1613 recibió la ordenación sacerdotal en Cebú y el mismo año pudo partir para el Japón. Al año siguiente las autoridades japonesas iniciaron la persecución contra el cristianismo. Entre las medidas adoptadas una era la expulsión del territorio de los misioneros extranjeros. Ricardo pudo regresar al Japón disfrazado de comerciante. Desarrolló una actividad incansable en medio de los cristianos oprimidos por la violenta persecución y en medio de continuos peligros. En 1621 un dominicano lo informó de que las autoridades poseían pruebas de su actividad religiosa, prohibida severamente por las leyes y le aconsejó ponerse a salvo.
 Como buen pastor no quiso huir frente al peligro y fue descubierto mientras confesaba en la casa de la viuda la beata Lucía de Freitas. Primero fue encerrado en la cárcel de Nagasaki bajo fuerte escolta y con una soga al cuello. Pasó la noche anterior al martirio encerrado en una jaula, bajo un violentísimo aguacero. La mañana del 22 de septiembre fue atado a un palo en la colina de Nagasaki y quemado vivo a fuego lento. Tenía 37 años. Con él perecieron otros 21, quemados vivos, y 30 decapitados. 

Carlos Spinola nació en Praga, pertenecía a la noble casa italiana de los Spinola. Ingresó en los jesuitas en 1584 y, en el 1594 fue enviado a Japón donde trabajó hasta 1618, ya que fue arrestado y encarcelado durante cuatro años; después quemado vivo. 
Carlos Spinola comenzó a cantar el salmo “Laudate Dominum omnes gentes”, que fue cantado por todos los mártires, causando emoción en los más de 20.000 asistentes. Carlos se dirigió a ellos, y les dijo que los misioneros habían llegado al Japón para llevarles a Cristo no para hacerles el mal. Los cuerpos de todos los mártires fueron quemados, excepto los de Maria Tocuam, que su tío ordenó que fuera enterrada. 

Inés Takeya era esposa del beato Cosme Taquea, y madre del joven Francisco Takeya, también mártir. Cofrade del Santo Rosario. En 1619, fue detenida junto a su marido cuando en su casa fueron descubiertos los religiosos Ángel Ferrer Orsucci y Antonio de Santo Domingo, que recibía clase de japonés en la casa. 
Conducidos a la terrible cárcel de Ômura; aquí se quedó viuda cuando martirizaron a su marido, pero ella permaneció firme en la fe a pesar de que podía obtener su salvación y la de su hijo. Murió decapitada en Nagasaki. 

Este martirio llamado el “Martirio grande”, fue porque las autoridades japonesas quisieron dar un escarmiento a los misioneros como a los catequistas que les ayudaban en la evangelización y al mismo tiempo atemorizar a los cristianos para que dejase de hospedar, ocultar y proveer de víveres a los misioneros proscritos. Se organizó una ejecución de 52 cristianos, religiosos y seglares, en la colina de Nagasaki. 
Los religiosos procedían de la terrible prisión de Ômura, donde habían languidecido durante meses en una espantosa miseria. Dominicos, franciscanos, jesuitas, junto con catequistas, terciarios y cofrades del Santo Rosario fueron este día conducidos al suplicio; a todos se les ofreció la vida y la libertad a cambio de que apostatasen, y todos se mantuvieron firmes, excepto tres que fueron débiles cuando ya estaban en la hoguera. Los procedentes de Ômura, que llegaron con grandes penalidades, se juntaron con los de Nagasaki, se saludaron todos con gran alegría. 25 fueron quemados vivos y el resto decapitados. 

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