Martirologio Romano: En Nagasaki en Japón, santos mártires Jaime Kushey Gorobioye Tomonagua, sacerdote de la Orden de Predicadores, y Miguel Kurobjioye, condenados a muerte por Cristo bajo el comandante supremo Tokugawa Yemitsu.
Jaime nació en Japón, residía en Filipinas. Un día de 1624 llamó a las puertas del convento de Santo Domingo de Manila y fue recibido por el veterano misionero del Japón, padre Juan de los Ángeles Rueda. Solicitó ser dominico para predicar el evangelio en su país, ese mismo año recibió el hábito. Había estudiado en el colegio de los jesuitas de Nagasaki y ejercido la catequesis. Estaba en Manila porque había sido exiliado por ser cristiano.
A partir de su ordenación sacerdotal en 1626, trabajó en la isla de Formosa y, en 1632, tras un viaje de cinco meses de contratiempos y peligros, llegó al Japón. Vestido de japonés y armado de una catana, fue en busca del padre san Domingo Ibáñez. Sólo pudo ejercer el ministerio durante un año, pues en julio de 1633 fue apresado y encarcelado en la cárcel de Ômura. Desde aquí fue llevado por las calles de Nagasaki hasta la colina, teniendo por compañero a un misionero agustino, al catequista Miguel Kurobjioye y nueve cristianos japoneses. Fue puesto en la horca y murió después de cincuenta horas de tormento en que no dejó de alabar a Dios. Su cuerpo fue pasto de las llamas.
Miguel nació en Nagasaki, en el seno de una familia pagana. Se convirtió gracias al dominico padre Jaime Kushey o Jaime de Santa María. Fue catequista del padre Jaime Kushey, a quién acompañó durante tres meses hasta ser arrestado en junio de 1633 por orden del emperador Toxugunsama o Yemitsu.
Sometido a tormento y vencido por el dolor, reveló ante las autoridades el lugar donde estaba escondido el padre Jaime, pero se negó a apostatar de su fe cristiana y manifestó ante los jueces su profundo pesar por haber revelado el escondite de su padre espiritual. Fue condenado a la horca y a la hoya, expiró después de ser bendecido por el padre Jaime, y mostró la alegría de unirse a los dolores de Cristo en la Cruz, después de sufrir 50 horas, sus cuerpos fueron quemados y sus cenizas fueron esparcidas en el mar.
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