Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, beatos mártires Luis Flores, presbítero de la Orden de Predicadores, Pedro de Zúñiga, presbítero de la Orden de los Eremitas de San Agustín, y trece compañeros, marineros japoneses, que, llevados a puerto y detenidos al punto, sufrieron juntos un mismo martirio, entre variadas torturas, por la fe cristiana.


El día 22 de julio de 1620, el navío inglés «Elizabeth» interceptó frente a las costas de Formosa (Taiwan), a una nave japonesa en la que viajaban cuatro europeos y, al hacer el abordaje, descubrieron, con gran regocijo, que entre los pasajeros había dos religiosos. Los piratas se apoderaron del barco y, una vez en alta mar, hubo una repartición del botín y los cautivos entre ingleses y holandeses. La tripulación y los cuatro pasajeros europeos quedaron en manos de estos últimos que consideraron a todos como sus prisioneros y los condujeron al puerto de Firando. El barco holandés atracó ahí el 4 de agosto y, el mismo día, el padre Bartolomé Gutiérrez se puso en camino hacia el puerto con la intención de gestionar la libertad de sus hermanos en religión capturados, pero llegó demasiado tarde: desde el primer momento, los dos sacerdotes habían sido desembarcados y entregados al agente holandés Juan Specx. Este se apresuró a desempeñar su papel de juez y, en seguida, sometió a un riguroso interrogatorio a sus reos, quienes se mantuvieron firmes en su negativa de que fuesen sacerdotes o religiosos, a fin de no comprometer a los tripulantes de la nave japonesa que tan generosamente los había acogido. A los dos se les amenazó con someterlos a torturas hasta que admitieran su identidad y, mientras tanto, se los arrojó en una inmunda prisión. Todos estuvieron detenidos durante dos años donde fueron torturados.
El día de la ejecución, la muchedumbre era inmensa, Joaquín con los dos misioneros fueron condenados a ser quemados vivos, y la tripulación a ser decapitados en Nagasaki. Los cristianos entonaron el Te Deum y esperaron durante cinco horas a que se retiraran los guardias para apoderarse de las reliquias de los mártires. El Papa Pío IX los beatificó el 7 de julio de 1867.
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