Pedro: Piedra firme. Roca.
Diego: Instruido.
Martirologio Romano: En el pueblo de Tomhom, en la isla de Guam, en Oceanía, san Pedro Calungsod, catequista, y beato Diego Luis de San Vitores, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, mártires, que por odio a la fe cristiana fueron cruelmente precipitados al mar por algunos apóstatas y nativos seguidores del paganismo.
Pedro Calungsod Bissaja fue beatificado el 5 de marzo de 2000 por san Juan Pablo II y, fue canonizado por Benedicto XVI el 21 de octubre de 2012.
Diego Luis de San Vitores nació en Burgos en 1627, en el seno de una noble familia y fue alumno del Colegio Imperial de Madrid. A pesar de la fuerte oposición de su padre, a los 13 años ingresó en el noviciado de Villarejo de Fuentes de la Compañía de Jesús.
Por una real cédula de Felipe IV, el sacerdote jesuita Luis de San Victores, obtuvo el permiso para evangelizar las islas de los Ladrones en el archipiélago filipino. En el viaje acompañó al nuevo virrey de Nueva España, don Juan de Leyba. Tuvo que detenerse dos años en Veracruz, esperando un barco para Filipinas. Los aprovechó dando nueva vida a la Congregación Mariana, que sólo existía de nombre.
En 1662 desembarcó en Lampon y se dirigieron a Manila. Su primer destino fue Tay-Tay, donde aprendió el tagalo e hizo una gran labor apostólica entre las aldeas y pueblos de los alrededores. Aprendió la lengua de la isla de Los Ladrones, el chamorro, de la que hizo una gramática.
En 1668 fondeó con el catequista, san Pedro Calungsod, en la ensenada de la isla de Guam. Las islas de los Ladrones, nuestro beato les cambió el nombre y les puso el nombre actual de Las Marianas.
Fue muy bien recibido en las islas de los Ladrones, y allí se encontró con dos náufragos: un español, Pedro, que llevaba 30 años y un chino, llamado Choco. Se comenzó a organizar la misión y el avance fue arrollador. Dos años después de inaugurada la iglesia principal de las islas proyectaba construir un colegio para niños y otro para niñas. Se habían visitado 180 pueblos y se habían bautizado 6.055. El Choco comenzó a encizañar la misión de los jesuitas diciendo que el agua del bautismo que derramaban en la cabeza de los niños les llevaba a la muerte. Todo esto tuvo el resultado que en 1670, el padre Medina, que misionaba la isla de Saipán, cayó herido por una lanza.
Dos caciques, Hirao y Kipuha, habían intentado matar a dos de los padres. En 1672, el padre San Vitores se encontraba en Nisihan, uno de los cuatro distritos misionales en que había dividido la isla de Guam. El padre Francisco Solano, que estaba en el iglesia central de San Ignacio de Agaña, quiso informarle de la llegada del padre Cardeñoso y le mandó el recado con un joven español, Diego Bazán. Al pasar por el poblado de Chuchugú, Bazán fue atacado por dos jóvenes y lo mataron. Luego se intentó quemar la misión pero no pudieron. Al ver que el joven no llegaba, Solano envió a otros dos emisarios, ambos filipinos, y un criollo que se unió a ellos: no pudieron ponerse a salvo en la misión de San Ignacio de Egaña, como les había aconsejado el padre San Vitores, porque fueron atacados por doscientos indígenas.
Diego de San Vitores fue martirizado por el apóstata Mátapang en Tumhon, de la isla de Guam, Oceanía, por haber bautizado a su hija sin permiso. Mátapang airado quiso matar al jesuita, pero su catequista san Pedro se puso delante del misionero y una lanza le atravesó el pecho, cayó el joven malherido y entonces, le dio la absolución el padre Diego. Matapang se acercó al catequista y lo remató de un machetazo en la cabeza y luego se dirigió al jesuita y junto con el cadáver de Pedro fueron lanzados al mar; su muerte fue producto de una traición. Sus cuerpos nunca fueron recuperados.
Al recibir las noticias, los compañeros de Pedro dijeron: "¡Joven afortunado! ¡Qué bien recompensados fueron sus cuatro años de servicio constante a Dios en esta misión tan difícil: ha ganado la primera entrada al cielo a nuestro superior, Padre Diego!". San Vitores está considerado el apóstol de la isla de Guam. El Padre Diego fue beatificado por SS Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985.
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