(fr.: Bernard de Sithiu, Bernard de Maguellone).
Oso fuerte.
Martirologio Romano: En el monasterio de Saint-Bertín, de la región de Thérouanne, en Francia, muerte del beato Bernardo, penitente, que para expiar los pecados de su juventud escogió voluntariamente el destierro, y descalzo, vestido con un hábito pobre y comiendo con parquedad, peregrinó incesantemente visitando santos lugares.
Natural de Provenza; como hubiera cometido un horrible crimen, al participar en un motín contra un gobernador impopular, que resultó muerto, fue condenado por obispo de Maguelone a siete años de pública penitencia; él la cumplió cargando con siete pesadas cadenas de hierro que llevó de santuario en santuario: de Compostela a Roma y Palestina, una vez a la India, para implorar la intercesión de santo Tomás apóstol. En cierta ocasión en que se hallaba en Saint-Omer, recibió del cielo la orden de no hacer más peregrinaciones. Un generoso bienhechor le cedió una casita contigua al monasterio de Saint-Bertin (Suthiu) y los monjes le permitieron entrar en la iglesia a cualquier hora del día o de la noche. Bernardo era siempre el primero en los oficios nocturnos. Aun en lo más crudo del invierno, permanecía en pie, descalzo, sobre las losas de piedra. El resto del tiempo lo ocupaba en asistir a los pobres y en limpiar las iglesias. Las gentes se acostumbraron pronto a ver a aquel penitente que saludaba a todos con estas palabras: «Que Dios nos conceda un buen fin».
Natural de Provenza; como hubiera cometido un horrible crimen, al participar en un motín contra un gobernador impopular, que resultó muerto, fue condenado por obispo de Maguelone a siete años de pública penitencia; él la cumplió cargando con siete pesadas cadenas de hierro que llevó de santuario en santuario: de Compostela a Roma y Palestina, una vez a la India, para implorar la intercesión de santo Tomás apóstol. En cierta ocasión en que se hallaba en Saint-Omer, recibió del cielo la orden de no hacer más peregrinaciones. Un generoso bienhechor le cedió una casita contigua al monasterio de Saint-Bertin (Suthiu) y los monjes le permitieron entrar en la iglesia a cualquier hora del día o de la noche. Bernardo era siempre el primero en los oficios nocturnos. Aun en lo más crudo del invierno, permanecía en pie, descalzo, sobre las losas de piedra. El resto del tiempo lo ocupaba en asistir a los pobres y en limpiar las iglesias. Las gentes se acostumbraron pronto a ver a aquel penitente que saludaba a todos con estas palabras: «Que Dios nos conceda un buen fin».
Después pidió a los monjes de admitirlo en la comunidad, los monjes se la concedieron de buena gana, pues le consideraban como un santo. Hacia el fin de su vida, Dios le concedió el don de profecía y, a la intercesión de Bernardo se atribuyeron numerosos milagros. La multitud que invadió la iglesia durante sus funerales fue inmensa. Todos querían un fragmento de sus vestidos o algún objeto tocado por el beato. En su tumba se verificaron muchos milagros. Tiene culto local.
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