El oriente, el alba. La villa. Áurea.
Después de encargarle el prior que pensase mucho el paso que iba a dar, y de insistir Oria en su empeño, Domingo accedió y le dio el hábito. Eran tiempos de heroicidades. Había personas que no se contentaban con encerrarse en un monasterio. Querían todavía mayor rigidez. Se encerraban en celdas increíblemente pequeñas, donde a veces no cabían de pie, para no salir más (sólo abrían un ventanillo que diera al altar). A veces acudían gentes a pedirles consejo, pero normalmente su soledad era total. Las mujeres fueron las que más lo practicaron. Se llamaban "emparedadas". Así vivió Oria durante toda su vida. Sufrió grandes tentaciones del diablo, pero todo lo supero con la oración, la lectura de las Escrituras y de las vidas de los santos. "la su oración horadaba los cielos". Murió a los 26 años. Su madre al quedarse viuda se unió a su hija como reclusa bajo la obediencia del abad de San Millán de la Cogolla.
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