(Alexia Le Clerc, María Jesús Le Clerc. fr.: Alix Le Clerc).
Alexia: Defensora, protectora.
Nació en en Remiremont (Francia), ducado de Lorena, el seno de una familia noble de Lorena. Ella misma, en uno de sus escritos, nos informa que se distinguía en la música y la danza, que era muy popular y que tenía muchos admiradores. Alexia deja entender que se envanecía de todo esto. A los diecinueve años tuvo el primero de los sueños que habían de jalonar su vida. Se vio en una iglesia, cerca del altar; a su lado se hallaba Nuestra Señora, vestida con un hábito religioso desconocido, hablándole: "Ven, hija mía, que yo misma voy a darte la bienvenida", le decía. Poco después, la familia Le Clerc fue a habitar a Hymont. Ahí encontró Alexia a san Pedro Fourier, que era vicario de una parroquia de Mattaincourt, en las cercanías. Un día que asistía a la misa en esa parroquia, Alexia oyó un ruido de tambor y vio al demonio que hacía bailar a los jóvenes "ebrios de alegría". En ese instante se operó la conversión de Alexia, quien nos dice: "Ahí mismo resolví no mezclarme con semejante compañía".
Con una voluntad, que ni su padre ni los jesuitas pudieron vencer y, con la desconcertante ayuda de su director espiritual, en la Misa de Navidad de 1597, Alexia Le Clerc, Ganthe André, Isabel y Juana de Louvroir se consagraron públicamente a Dios, fundando, bajo la Regla de san Agustín, la Congregación de Canonesas Regulares de Nuestra Señora, para la educación de las jóvenes pobres lorenesas. Fue una gran mística además de una gran fundadora; fue descrita por una de sus hijas espirituales la describió como "la hija del silencio".
En 1621, Alexia obtuvo permiso de renunciar al cargo de superiora local de Nancy, y entró en un corto período de extraordinaria paz, que fue el preludio de su muerte. Estaba enferma desde tiempo atrás. Los médicos la de clararon incurable, diagnóstico que desconsoló a todo Nancy, desde el duque y la duquesa de Lorena hasta las colegialas y los mendigos. San Pedro Fournier acudió a toda prisa a Nancy, pero no pudo penetrar en la clausura, hasta que el obispo le autorizó a ello. La oyó en confesión y la preparó para el paso "de la muerte a la vida". La beata se despidió solemnemente de la comunidad el día de la Epifanía, exhortando a sus religiosas al amor y la unión. Después de una larga agonía. La beata no había cumplido aún los cuarenta y seis años. Fue beatificada en 1947 por Pío XII.
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