Nació en Maurienne, Saboya. Después de ingresar en los benedictinos, con algunos compañeros se fue en peregrinación a Tierra Santa. Mientras estaba en los santos lugares, Tomás decidió quedarse para siempre en Jerusalén. Un día mientras oraba en en Santo Sepulcro, apenado por la grave situación que atraversaban los cristianos, se le apareció María, que lo invitó a regresar a Italia y buscar en Sabina un lugar de culto, a Ella dedicado, ubicado en las faldas del monte Acuziano y reconocible por tres altos cipreses. Allí debería pasar el resto de su vida al servicio de Dios. María le prometió su protección.
El santo sacerdote obedeció, llegó a Roma, peregrinó por la Sabina y encontró el lugar. Tomás reanimó la vida monástica, reconstruyó las edificaciones ruinosas. Los primeros días fueron duros para los peregrinos, pero tenían la protección de María la cual, por medio del duque de Spoleto, Faroaldo, les proveyó abundantemente de sus más urgentes necesidades: tierras, materiales de construcción..., y la aprobación del nuevo monasterio (705) por parte del papa Juan VII.
Con el transcurrir el tiempo, Tomás reunió muchos discípulos y la comunidad abacial creció. Se construyeron magníficos edificios y el patrimonio del monasterio se expandió; en otras palabras, con Tomás, la abadía de Farfa será una abadía imperial, uno de los lugares más importantes y conocidos de la Europa medieval. Tomás de Morienne (o Moriana), está considera el segundo fundador de Farfa después de san Lorenzo “el Iluminador”. Murió en su monasterio donde está sepultado.
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