Martirologio Romano: En Noyón en Neustria, hoy Francia, san Eloy, obispo, que, orfebre y consejero del rey Dagoberto, después de contribuir a la fundación de muchos monasterio y construido edificios sepulcrales de insigne arte y belleza en honor a los santos, fue elegido para la sede de Noyón y Tournai, donde se dedicó con celo al trabajo apostólico.
Su vida la escribió su amigo san Audoeno de Rouen. Nació en Chaptelat o Chapelac (Limoges-Francia) en el seno de una familia muy humilde. Se formó como aprendiz en el taller de Abbon, orfebre de Limoges. A los 20 años se presentó en París con el deseo de entrar al servicio del rey Clotario II como platero, al que llamó la atención por su honradez. Llamado a la corte fue nombrado maestro monedero (su aportación al arte de la acuñación sobrevivió hasta la Revolución francesa) gracias a sus relaciones con Bobbon, tesorero del rey. El rey Dagoberto I, le hizo consejero y tesorero y le confió misiones importantes. Todo lo que le daban lo destinaba a la iglesia. Así fundó un monasterio de monjas en París.
Eloy tenía un gran corazón, y lo sabían todos los pobres que se acercaban a palacio a pedirle ayuda. Se le veía en el mercado de esclavos para liberar con su dinero a todos los que podía. A los 48 años fue nombrado embajador de Bretaña. Fue un simple laico, pero desde su puesto de embajador construyó iglesias, levantó monasterios, reunió asambleas de obispos.
En el 640 abandonó esta vida para hacerse sacerdote, y poco tiempo después, fue nombrado obispo de Noyón, sucediendo a san Acario; esta diócesis abarcaba Tournai y todo el país de Flandes (otros autores dicen que lo fue de Châlons); fundó hospitales y monasterios y evangelizó la zona de Amberes, Gante y Courtrai; fundó la abadía de Solignac, cerca de Limoges y muchos otros conventos, como la iglesia de Dunnes (las Dunas), cuna de Dunkerque. Tuvo un gran renombre entre los merovingios, por su honradez, su piedad, su caridad y su afán limosnero. Luchó contra la idolatría pagana y los excesos de la vida de juego, lo que le valieron amenazas de muerte, pero él nunca temió los infortunios. Fue mejor orfebre que predicador, pero la gente le seguía por su virtud. Antes de morir le dijo a sus discípulos: “No os aflijáis, hijos mios. He ansiado este momento y he deseado esta liberación”. San Tello, monje de Solignac a quien se considera su discípulo, quizá no sea más que una duplicación.
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