Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, conmemoración del beato Jacobo Capocci, obispo, de la Orden de los Ermitaños de San Agustín, que rigió la iglesia de Benevento y después la de Nápoles, iluminándolas con sabiduría, doctrina y prudencia.
Nació en Viterbo y descendía de la noble familia de los Capocci. Entró muy joven en el convento de los eremitas de San Agustín en Viterbo en 1272. Se hizo notar por sus dotes de estudio y de pensador y por esto fue enviado a completar sus estudios a París donde enseñaba santo Tomás de Aquino. No siguió la doctrina escolástica tomista sino la de Egido Romano y fue el crítico teológico de Tomás, sin llegar a la aspereza, sino simplemente desde el mero campo intelectual.
De regreso a su patria en el 1281-82, desempeñó en un primer momento el cargo de definidor de la Provincia romana en 1283, de visitador en 1284 y luego nuevamente de definidor en 1285, ejerciendo mientras tanto también, con toda probabilidad, las funciones de lector en conventos de la misma Provincia. En 1286 volvió a París para continuar los estudios teológicos, consiguiendo el bachillerato en 1288 y, al final del prescrito aprendizaje, el doctorado en la pascua de 1293. Se le llamó "Doctor especulativo". Por designación de Egidio Romano, electo Prior general de la Orden, fue nombrado en el mismo año maestro regente del estudio parisiense, permaneciendo en este cargo hasta 1299. De nuevo en Italia en 1300, enseñó durante dos años en el estudio de Nápoles, ocupación que tuvo que dejar al ser nombrado arzobispo de Benevento por Bonifacio VIII el 3 de setiembre de 1302. El 6 o el 12 de diciembre siguiente fue trasladado a la sede de Nápoles, donde, pastor verdaderamente celoso, supo ganarse la estima y el afecto del rey Carlos II de Anjou y de su hijo Roberto, duque de Calabria, quien le ayudó en la construcción de la nueva catedral.
El 13 de mayo de 1306 comenzó a interesarse por la causa de canonización del santo pontífice san Celestino V, encargo que le fue confiado expresamente por Clemente V, y en la que puso el máximo empeño, yendo personalmente a recoger testimonios en aquellos lugares dónde el ermitaño Pedro de Morrone había llevado su vida penitente; y en esta actividad continuó hasta la muerte, en olor de santidad, ocurrida en Nápoles. Su culto fue confirmado en 1911 por san Pío X.
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