Ilustre. Aparición de Dios.
Martirologio Romano: En Salamina, en Chipre, san Epifanio, obispo, que sobresalió por su vasta erudición y conocimiento de las ciencias sagradas, y fue admirable también por su santidad de vida, por su celosa defensa de la fe católica, por su generosidad para con los pobres y por su poder taumatúrgico.
Natural de Bezandulk, en Palestina. Sabemos que conocía desde su juventud el griego, siríaco, hebreo, copto y parcialmente el latín. Fue un judío convertido por san Hilarión de Gaza que ingresó en el monacato muy joven; hacia el 335 estuvo entre los monjes de Egipto; al regresar a su patria, fundó un monasterio y fue nombrado abad de Eleutherópolis, donde escribió y predicó contra todos los herejes. Escribió contra el arrianismo del círculo imperial y la doctrina de Orígenes. Las obras que son su mejor aportación a la causa católica son los dos tratados: el "Ancoratus" y el "Panarion".
Fue aclamado "oráculo de Palestina" y se decía que cuantos le visitaban salían espiritualmente consolados. En el 367 fue nombrado obispo de Constantia (actual Salamina) en Chipre (367-403), Sin embargo, siguió gobernando su monasterio de Eleuterópolis, al que iba de vez en cuando. La caridad del santo con los pobres era ilimitada, y numerosas personas le constituyeron administrador de sus limosnas. Santa Olimpia le confió con ese fin una importante donación de tierras y dinero. La veneración que todos le profesaban le libró de la persecución del emperador arriano Valente; prácticamente fue el único obispo ortodoxo en las riberas del Mediterráneo a quien el emperador no molestó para nada. En 376, san Epifanio emprendió un viaje a Antioquía para convertir a Vital, el obispo apolinarista; pero sus esfuerzos fueron vanos.
Continuó su defensa de la ortodoxia de la fe de Nicea, viviendo como un monje y realizando frecuentes visitas a los monasterios de Palestina e impulsando la fundación de nuevos monasterios. Su personalidad, unida a las obras de misericordia hacia los más pobres y su gran penitencia, le hicieron muy conocido y venerado por el pueblo. En el 382 acompañó a san Paulino de Antioquía a Roma, donde asistieron al Concilio convocado por san Dámaso. Ambos se hospedaron en casa de una amiga de san Jerónimo, la viuda Paula, a la que san Epifanio encontró tres años más tarde en Chipre, cuando se dirigía a Jerusalén para reunirse con su padre espiritual.
San Epifanio era un santo, pero era también un hombre apasionado, y sus prejuicios de hombre de edad le llevaron en algunas ocasiones a excesos lamentables. Así, por ejemplo, después de que el obispo Juan de Jerusalén le había acogido honrosamente como huésped, tuvo el mal gusto de predicar en la catedral un sermón contra el prelado, a quien sospechaba contagiado de origenismo. Como si esto no hubiera sido suficiente, en Belén, que no era su diócesis, se atrevió a ordenar, contra todos los cánones, a Pauliniano, el hermano de san Jerónimo. Las quejas del obispo de Jerusalén y el escándalo provocado por su conducta, le obligaron a llevar consigo a Pauliniano a Chipre. En otra ocasión, furioso al ver una imagen de Nuestro Señor o de un santo sobre la cortina que cubría la puerta de una iglesita de pueblo, desgarró la tela y dijo a los presentes que se sirviesen de los harapos para limpiar el suelo. Cierto que después pagó otra cortina, pero tal vez los habitantes del lugar no quedaron muy contentos. El malvado Teófilo de Alejandría se sirvió de san Epifanio, enviándole a Constantinopla para acusar a los cuatro «hermanos altos», quienes habían escapado de la persecución de Teófilo por apelación al emperador. Al llegar a Constantinopla, san Epifanio se negó a aceptar la hospitalidad que le ofrecía san Juan Crisóstomo, porque éste había protegido a los monjes fugitivos; pero, cuando san Epifanio compareció junto con los cuatro hermanos ante el juez, y éste le exigió que probase sus acusaciones, el santo debió reconocer que no había leído ninguno de sus libros ni conocía nada de sus doctrinas. Muy humillado, sé embarcó, poco después, con rumbo a Salamis, pero falleció en el camino.
Natural de Bezandulk, en Palestina. Sabemos que conocía desde su juventud el griego, siríaco, hebreo, copto y parcialmente el latín. Fue un judío convertido por san Hilarión de Gaza que ingresó en el monacato muy joven; hacia el 335 estuvo entre los monjes de Egipto; al regresar a su patria, fundó un monasterio y fue nombrado abad de Eleutherópolis, donde escribió y predicó contra todos los herejes. Escribió contra el arrianismo del círculo imperial y la doctrina de Orígenes. Las obras que son su mejor aportación a la causa católica son los dos tratados: el "Ancoratus" y el "Panarion".
Fue aclamado "oráculo de Palestina" y se decía que cuantos le visitaban salían espiritualmente consolados. En el 367 fue nombrado obispo de Constantia (actual Salamina) en Chipre (367-403), Sin embargo, siguió gobernando su monasterio de Eleuterópolis, al que iba de vez en cuando. La caridad del santo con los pobres era ilimitada, y numerosas personas le constituyeron administrador de sus limosnas. Santa Olimpia le confió con ese fin una importante donación de tierras y dinero. La veneración que todos le profesaban le libró de la persecución del emperador arriano Valente; prácticamente fue el único obispo ortodoxo en las riberas del Mediterráneo a quien el emperador no molestó para nada. En 376, san Epifanio emprendió un viaje a Antioquía para convertir a Vital, el obispo apolinarista; pero sus esfuerzos fueron vanos.
Continuó su defensa de la ortodoxia de la fe de Nicea, viviendo como un monje y realizando frecuentes visitas a los monasterios de Palestina e impulsando la fundación de nuevos monasterios. Su personalidad, unida a las obras de misericordia hacia los más pobres y su gran penitencia, le hicieron muy conocido y venerado por el pueblo. En el 382 acompañó a san Paulino de Antioquía a Roma, donde asistieron al Concilio convocado por san Dámaso. Ambos se hospedaron en casa de una amiga de san Jerónimo, la viuda Paula, a la que san Epifanio encontró tres años más tarde en Chipre, cuando se dirigía a Jerusalén para reunirse con su padre espiritual.
San Epifanio era un santo, pero era también un hombre apasionado, y sus prejuicios de hombre de edad le llevaron en algunas ocasiones a excesos lamentables. Así, por ejemplo, después de que el obispo Juan de Jerusalén le había acogido honrosamente como huésped, tuvo el mal gusto de predicar en la catedral un sermón contra el prelado, a quien sospechaba contagiado de origenismo. Como si esto no hubiera sido suficiente, en Belén, que no era su diócesis, se atrevió a ordenar, contra todos los cánones, a Pauliniano, el hermano de san Jerónimo. Las quejas del obispo de Jerusalén y el escándalo provocado por su conducta, le obligaron a llevar consigo a Pauliniano a Chipre. En otra ocasión, furioso al ver una imagen de Nuestro Señor o de un santo sobre la cortina que cubría la puerta de una iglesita de pueblo, desgarró la tela y dijo a los presentes que se sirviesen de los harapos para limpiar el suelo. Cierto que después pagó otra cortina, pero tal vez los habitantes del lugar no quedaron muy contentos. El malvado Teófilo de Alejandría se sirvió de san Epifanio, enviándole a Constantinopla para acusar a los cuatro «hermanos altos», quienes habían escapado de la persecución de Teófilo por apelación al emperador. Al llegar a Constantinopla, san Epifanio se negó a aceptar la hospitalidad que le ofrecía san Juan Crisóstomo, porque éste había protegido a los monjes fugitivos; pero, cuando san Epifanio compareció junto con los cuatro hermanos ante el juez, y éste le exigió que probase sus acusaciones, el santo debió reconocer que no había leído ninguno de sus libros ni conocía nada de sus doctrinas. Muy humillado, sé embarcó, poco después, con rumbo a Salamis, pero falleció en el camino.
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