(pol.: Władysław z Gielniowa, Ładysław Jan z Gielniowa).
Señor glorioso. Buen soberano.
Nació en Gielnòw, Polonia, y fue bautizado con el nombre de Juan. Realizó los estudios de Filosofía y Teología en la famosa universidad de Cracovia. Compartió las clases con san Juan de Kety y el beato Simón de Lipnica. Siendo aún un joven de 17 años, pidió ser admitido en el convento de Cracovia de los franciscanos. Ya en el noviciado el joven polaco tuvo que luchar muy fuerte para alcanzar las virtudes que lo hicieran totalmente disponible en la vida de entrega y servicio que había escogido. Hizo su profesión religiosa en 1457. Fue ordenado sacerdote. A partir de ese momento Ladislao se convirtió en un gran predicador, que con un celo hasta entonces desconocido para sus hermanos, recorrió pueblos y ciudades, suscitando por todos lados la conversión de miles de personas.
Desempeñó varias veces el cargo de ministro provincial, y visitó a pie los veinticuatro conventos que comprendían los franciscanos observantes. Al llegar a cada uno de ellos, se preocupaba de que se viviera según el espíritu franciscano, además de impulsar con su presencia, un renovado ardor entre sus hermanos. Dos veces tuvo que viajar a Italia para participar en el Capítulo General de la Orden.
Al volver a su patria, retomó su amado ministerio de predicador y con el mismo celo que lo hiciera anteriormente, anunció la palabra del Señor por numerosos pueblos. Fray Ladislao tuvo tiempo para escribir obras religiosas, poesías y componer algunos cantos.
Envió misioneros a Lituania y Rusia donde lamentablemente el cisma y la herejía hacían estragos entre los creyentes, logrando que muchos fieles retornasen al redil de la Iglesia Católica. Por estos tiempos la católica Polonia sufría de guerras con sus vecinos. Fray Ladislao organizó numerosos actos penitenciales y de oración para alcanzar la paz en su patria. María se le apareció varias veces e incluso le dio al Niño Jesús para que lo cargara. El viernes santo de 1505, mientras predicaba la pasión de Cristo, para asombro de la gran cantidad de fieles que lo escuchaban, entró en éxtasis. Era el anuncio de su próxima muerte, la cuál llegó después de un mes de grandes sufrimientos. Su culto fue confirmado por Benedicto XIV el 11 de febrero de 1750.
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