Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, beatos mártires Luis Flores, presbítero de la Orden de Predicadores, Pedro de Zúñiga, presbítero de la Orden de los Eremitas de San Agustín, y trece compañeros, marineros japoneses, que, llevados a puerto y detenidos al punto, sufrieron juntos un mismo martirio, entre variadas torturas, por la fe cristiana.
Luis Flores nació en Amberes hacia el 1570. Se trasladó con sus padres a España y luego a Méjico, donde ingresó en los dominicos en el convento de San Jacinto. Después de haber sido maestro de novicios, en 1598 tuvo que cambiar su apellido flamenco Frayrin o Froryn, por el de Flores, para que le permitieran ir a las Filipinas, adonde llegó en 1602, donde trabajó durante 22 años. Se embarcó para el Japón el 6 de junio de 1620, en compañía del padre Pedro de Zúñiga, que era hijo de un muy gran señor, llamado Alvaro de Zúñiga, marqués de Villamanrique y virrey de Nueva España. Pedro nació en Sevilla y tomó el hábito agustino en el convento de dicha ciudad. Hizo su profesión el 2 de octubre de 1604 y llegó a las Filipinas en 1610. De ahí pasó al Japón en 1618. Obligado a esconderse, tuvo que dejar el país al cabo de un año y se sintió inmensamente feliz cuando se le designó de nuevo para regresar al Japón, en 1620.
La nave, propiedad del capitán Joaquín Firaiama-Díaz, llevaba al Japón a los misioneros: Pedro de Zúñiga y Luis, Joaquín y sus 12 marineros (León Sukemenyon, que era el piloto; Pablo Sanchiki, Lorenzo Rocuiemon, Marcos Takenoshika Xineiemon, Miguel Díaz que eran mercaderes; Tomás Coyanaghi era uno pasajero; Antonio Yamanda, Bartolomé Mofioye, Jaime Matsumo Denschi, Juan Matasaki Nangata, Juan Yango, Juan Feiamon), todos miembros de la fraternidad del Santo Rosario.
El día 22 de julio de 1620, el navío inglés «Elizabeth» interceptó frente a las costas de Formosa (Taiwan), a una nave japonesa en la que viajaban cuatro europeos y, al hacer el abordaje, descubrieron, con gran regocijo, que entre los pasajeros había dos religiosos. Los piratas se apoderaron del barco y, una vez en alta mar, hubo una repartición del botín y los cautivos entre ingleses y holandeses. La tripulación y los cuatro pasajeros europeos quedaron en manos de estos últimos que consideraron a todos como sus prisioneros y los condujeron al puerto de Firando. El barco holandés atracó ahí el 4 de agosto y, el mismo día, el padre Bartolomé Gutiérrez se puso en camino hacia el puerto con la intención de gestionar la libertad de sus hermanos en religión capturados, pero llegó demasiado tarde: desde el primer momento, los dos sacerdotes habían sido desembarcados y entregados al agente holandés Juan Specx. Este se apresuró a desempeñar su papel de juez y, en seguida, sometió a un riguroso interrogatorio a sus reos, quienes se mantuvieron firmes en su negativa de que fuesen sacerdotes o religiosos, a fin de no comprometer a los tripulantes de la nave japonesa que tan generosamente los había acogido. A los dos se les amenazó con someterlos a torturas hasta que admitieran su identidad y, mientras tanto, se los arrojó en una inmunda prisión. Todos estuvieron detenidos durante dos años donde fueron torturados.
El día de la ejecución, la muchedumbre era inmensa, Joaquín con los dos misioneros fueron condenados a ser quemados vivos, y la tripulación a ser decapitados en Nagasaki. Los cristianos entonaron el Te Deum y esperaron durante cinco horas a que se retiraran los guardias para apoderarse de las reliquias de los mártires. El Papa Pío IX los beatificó el 7 de julio de 1867.
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